-Sobre todo se sentía tensión y mucho mal humor. Como la información está tan segmentada no llegabas a tener dimensión de la responsabilidad. Y estaba como siempre el tema de la falta de viandas, de tener que esperar que se arme un grupo para ir a tomar agua o al baño; y el frío. Yo trabajé con campera y bufanda todo el tiempo. En un momento una chica se desmayó y vos veías a ocho supervisores parados al lado y nadie sabía muy bien qué hacer.

-¿Ese día pudiste comer?

-A las diez de la noche recibí la vianda pero no llegué a comer todo en los 15 minutos que teníamos. Pero al menos nos dejaron llevarnos una botella para tener debajo del escritorio. El clima, de todos modos, era aun más estricto en relación a lo que en el contrato llamaba “normas de orden, seguridad e higiene”, quince puntos que incluían que teníamos que estar vestides de “elegante sport”.

-¿Cómo fue el ritmo de carga de datos?

-Entre las 19 y las 22 llegaron muchos telegramas. Después llegaban de manera muy aleatoria. A mí me ofrecieron hacer horas extras para quedarme después de las 2 de la madrugada pero no nos decían cuánto las iban a pagar, así que preferí irme.

Las 900 personas que trabajaron en la sede de Monte Grande del Correo Argentino recibieron credenciales del Ministerio de Interior, aunque la responsabilidad de un hecho de importancia pública estaba tercerizada a través de la empresa Smartmatic y la contratación laboral, ejecutada a través de otra empresa. En el caso de S., se trató de Estrategia Laboral. Para las elecciones generales, se supone que volverán a contratar a las mismas personas que ya no se encontrarán con el sistema por primera vez. A pesar de lo que S. vivió como maltrato, a pesar de que recién en los primeros días hábiles de septiembre cobrará la jornada -hiper devaluada- la jornada de agosto, ella espera que la llamen. “Como trabajadora social sólo consigo changas eventuales y precarizadas”. Como trabajadora en general, también.