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Opinión

DESERTOR: CINE HECHO EN LAS HERAS USPALLATA, MENDOZA CON SABOR A TRIUNFO FEDERAL

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Con un pie en las fórmulas de consabida eficacia y otro en la búsqueda que corre sus riesgos, esta ópera prima mantiene la atención de la platea con un relato que ostenta una lograda factura formal y propone un viaje sensorial que va más allá de lo estrictamente anecdótico.

Sin lugar a dudas, Desertor representa un importantísimo eslabón dentro de la historia del cine hecho en Mendoza. Con un notable esfuerzo de triangulación, muy a tono con la idea de reforzar la apuesta por una producción audiovisual de impronta federal, esta película ha contado con el apoyo del INCAA desde Buenos Aires, sumando la participación de un ensamble de productores, técnicos y artistas de Córdoba y Mendoza. Con un relato que se reparte entre pinceladas de western y de thriller, el aporte de nuestras montañas va más allá del condimento visual, para transformarse en una pieza fundamental dentro del enrarecido espiral de tensión dramática que va labrando esta ópera prima de Pablo Brusa.

Rafael Márquez (impecable Santiago Racca en su debut protagónico) es un cabo que se está formando como médico en un regimiento ubicado en Uspallata. Instalado en Buenos Aires desde hace seis años e integrante del staff de Fuerza Bruta, el mendocino Racca aporta la entrega física y la contención emocional que requieren las aristas de su conflictuado personaje. Con una mirada atravesada por un traumático acontecimiento del pasado, signado por un padre dado de baja y tildado de “desertor” del ejército, Rafael enfrenta la vuelta de un sombrío coronel (Marcelo Melingo haciendo gala de su habitual destreza para calzarse el guante de villano), quien remueve algunas facetas desconocidas del papá del joven cabo. Simultáneamente, la sorpresiva aparición de una mochila con las pertenencias de aquel militar desaparecido en extrañas circunstancias, termina por configurar un inquietante punto de partida en el que a su vez se ve involucrado un ermitaño (superlativo Daniel Fanego), que habita en un inhóspito rincón de esa desolada geografía.

Más allá de las referencias genéricas que confluyen en este film, las coordenadas centrales tienen que ver con las del “ajuste de cuentas” y la “búsqueda de la identidad”. Con un pie en el cine de fórmulas de consabida eficacia y otro en el de la búsqueda que corre sus riesgos, Desertor traza un particular recorrido en el que se entremezclan toques de extrañeza y misticismo, con otros en los que se impone cierta tendencia a la propulsión de frases solemnes y algunos subrayados en modo explicativo. La película encuentra sus momentos climáticos más inspirados cuando reina el silencio montañés, y sube la apuesta con una enigmática india que tiñe la acción de un hipnótico halo que oscila entre la amenaza y la redención.

A pesar de que algunos flashbacks y vueltas de tuerca del relato resulten un tanto embrollados, el film sale airoso en su propuesta de mantener la atención de la platea con un ritmo sostenido que no se basa en el imperativo de la aceleración. Con pocos personajes en cuadro y la inmensidad de la montaña mendocina captada a través de un esmerado uso de drones, Desertor propone un viaje sensorial que además de su lograda factura formal se aventura en ir más allá de lo estrictamente anecdótico.

Fuente: Laureano Manson para MDZ Online

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