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Ladrones con historias ajenas Por ARIEL ROBERT

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El criterio que impera en la actualidad es inverso a lo que fue usual no hace demasiado tiempo. Lo que antes se reservaba para sí, lo que podríamos designar como registro íntimo, ahora también se escribe, se deja sentado pero, en vez de hacerlo en una libretita normalmete oculta ante los ojos de familiares, se tipea en una red social y se dispara como antes un petardo en nochebuena, lo que implica que algo particular logra una divulgación incontrolada.

La propagación de esa confesión dependerá de atributos muy diversos. Ganará aprobaciones, comentarios, respuestas según las lindezas de lo expuesto, la violencia con que se pudo epresar. La novedad. La coincidencia, la disidencia pero muy especialmente dependerá de los algoritmos impuestos por la empresa que controla esa red.

Algo que antes se anotaba en un diario personal, a modo de diálogo interior, con el fin de preservar hechos frente a la amenaza que ofrece la fragilidad de la memoria, ahora se expresa con fruición incontinente, y quizá se hace abrigando la esperanza que hace tantos años presagió Andy Warhol, aquello de conseguir nuestros merecidos quince minutos de fama. Esta es una opción. La otra es peor, porque manifiesta la irreflexión total. Exponiendo al ser de modo descarnado ante el pelotón de fusilamiento, seguido de las aves de carroña, cuestión que acaso puedan quedar sólo vestigios óseos, que poco tienen que ver con la integridad humana.

En absoluto es abrir un juicio ético, sólo es una descrpción de época. Lo que muchas veces ganaba prestigio, hoy ya no se corresponde con un atributo postivo, e inclusive se suele traducir de manera inversa como un disvalor. La discreción entraría bajo este paraguas. Tal vez porque pueda interpretarse como mecanismo de ocultamiento, el que debemos aceptar como práctica bastante perversa en nuestro presente y pasado político. La dificutad obra en poder distinguir ante una oferta tan profusa, y ante la conexión de tantas relaciones virtuales y simultáneas.

Nikolai Gógol, en su texto “Memorias de un loco” describió magistralmente cómo aquél funcionario burócrata, quien anotaba con puntillosa precisión los acontecimientos de su vida, a la vez fue abandonando la sensatez. Hoy podríamos suponer que la historia comienza al revés. Leer algunas publicaciones inaugurales en algunas redes sociales nos lleva a pensar que la demencia aparece desde el inicio, deducción inspirada en advertir la cantidad desmesurada de invenciones y mentiras, pronunciadas sin pudores y a la vez, carentes de cualquier belleza posible. El insulto, la agresión, el desprecio, tres grandes prendas de moda. Y algo que se torna peligroso, la adhesión acrítica sobre algunos postulados que no nacen inocentemente, pero sí aprovechan y muy bien la supina ignorancia que reunida con la improduencia y la falta de rigor genera un cocktail seriamente riesgoso.

Sin dudas el más icónico de aquellos diarios fue el de Ana Frank. Escrito antes de ser capturada por los nazis, durante más de dos años de persecución. Ese diario sirve aún para evocar cómo subsistió antes de ser llevada primero a Auschwitz y luego al campo de concentración Bergen-Belsen, adonde murió de tifus. La información que proporcionó ese documento íntimo que hizo público su propio padre no arroja datos estadísticos, pero aporta la fuerza de un testimonio invaluable, no como pieza liteararia sino como llamado desesperado a la humanidad.

A propósito y motivado por un acontecimiento delictual menor, pienso lo insubstancial que les será a quienes roban hoy note books, pc y celulares los escritos que contienen esos artefactos. Argumento suficiente para hacer un llamado a la solidaridad de ladrones.

Si bien ansiamos legitimamente recuperar lo perdido, es menester pensar qué podríamos hacer si eso ocurriese. Probablemente desde lo personal sería agradecer la amabilidad por tal gesto, así como agradezco a quienes ya colaboraron entregando los elementos hallados y actuaron con celeridad .¿la policía?, no. No tomó intervención. ¿el poder judicial? No. Me daría pudor ante tanto acontecimiento delictivo acudir por su auxilio.

Y hay que admitirlo con entereza. Sería peor que incorrecto si los poderes del Estado se dedicaran a perseguir y atrapar malhechores de poca monta, para recuperar objetos mientras otros ciudadanos mueren ya no de manera virtual sino de forma brutal. Por homicidios, por siniestros viales, por desatención sanitaria y, claro también, porque el destino así lo había señalado.

Imposible prometer historias reveladoras aunque hallara el “ordenador” robado. Solamente aclarar que -según se sabe desde hace algunos años-hoy hay ladrones con unos aparatitos que les facilita la tarea. Les resulta más fácil detectar una computadora, una tablet o un teléfono celular que a la intelgencia policial levantar una huella. Se trata de un scanner de litio. Esto les permite emitir una señal que logra sintonizar con el litio que componen las baterìas de estos soportes tecnológicos y de este modo hace un trabajo mucho más eficiente. No deben andar rompiendo cualquier ventanilla de cualquier vehículo para luego tener que indagar si posee o no algún objeto de estos.

Litio. Sí. El metal alcalino pero además el elemento sólido más liviano que se conozca. Con eso se combatía la depresión hace una décadas (carbonato de litio). Se usa en las naves espaciales para limpiar el aire que respiran los astronautas. Sirve para aleaciones de todo tipo y es un conductor extraordnario, no de autos sino de calor. No está liberado en la naturaleza, no. Hay que extraerlo. Ese litio, el de las baterías y con lo que los amigos de lo ajeno ahora detectan justamente lo ajeno, tiene enorme valor y para certificar aquello de que Dios es argentino, en nuestro país, y en la cuenca que limita con Bolivia y Chile, se encuentra, según estiman, más del 60% del litio existente en el Planeta.

Litio en sobreabudancia y ladrones sofisticados, ya tenemos. Estaríamos necesitando una sociedad algo más comprometida, que delate privilegios, y sí, una dirigencia menos austera en lo mental y con verdadera autoridad. Autoridad. Esto no lo extraje de un posteo, ni creo que esté anotado en el diario íntimo de algún funcionario. Autoridad lejos de significar prepotencia, rudeza y habilidad para dominar redes sociales, autoridad significa saber hacer crecer.

Hay discusiones pendientes y no están en el próximo posteo surgido de la reacción hepática de algún influencer. También existe enorme impericia y aún más indolencia.

Todo se ha acelerado, ha cambiado de formato y se ha multiplicado. Ojalá no haya ocurrido con los dichos populares como aquél que ahora reza “Dios le da litio al país de dirigentes anestesiados”.

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