Por eso, desde Mueck quieren que “la ropa sea para vestirnos y no para taparnos o disimular. Es nuestro cuerpo y no va a desaparecer porque no lo mostremos. Es una tarea social: mostrarnos para alentar a otras para que lo hagan”.

Como salida a ese cruce de discursos performativos, que determinan deseos, conductas, sensaciones, Alejandra Benz postula: “Hacemos lo que podemos, y eso es un montón. Me parece que hay que tener un rescate, como esto de pensar cómo quiero llegar al verano. Yo quiero llegar no cansada, no angustiada, de esa manera. Está bueno que una lo pueda poner en juego a ese malestar, no mirar al costado y hacerse cargo de que esto es algo que nos pasa”.

Pero es verano, y en el verano ningún cuestionamiento está permitido. Hay que estar disponible para la diversión, para el deseo, para el consumo. Es la única manera de pertenecer. Porque delgadez, diversión, sexualidad heteronormada forman una tríada. “Hay una cuestión de los cuerpos disponibles, al menos para la mirada, y un mandato muy fuerte en toda la publicidad del verano y también de la publicidad segmentada en las juventudes, de la diversión obligatoria, de que te tenés que divertir y cómo te tenés que divertir. El verano tiene que ser una experiencia fabulosa, fuera de serie, diferente, con lo cual cualquier verano habitual es siempre decepcionante. Esto es paralelo a la cultura del fin de semana y nos tendríamos que preguntar qué relación hay entre eso y la disponibilidad para el trabajo. Cómo ese cuerpo del disfrute se relaciona con los cuerpos productores. Qué relación hay entre esa disponibilidad para otros o el disfrute y esa necesaria productividad que hay que tener el resto de la semana”, complejiza Mariángeles Camusso.

Es el capitalismo, claro. El mercado que vende dietas, gimnasios, cervezas y viajes en cuotas. “Es parte de lo que propone el sistema como consumo, otra arista de consumir y de cómo uno está inserto de esa manera y también funciona como exigencia, si uno es medio familiero o no le gusta salir o prefiere quedarse mirando una peli, no es fashion. Una lo tiene más masticado pero como te digo, para los adolescentes es muy difícil sobrevivir a todo lo que tienen que cumplimentar para pertenecer. Yo pondría todo dentro de la sociedad de consumo y para venderte, te venden que la felicidad se alcanza de determinada manera. Hay una fórmula que tiene que ver con estar dentro del sistema, en el estrato más alto posible que uno le dé el cuero”, describe Jessica Zelasco, y en esa serie entra la imposición de las vacaciones excepcionales. “Una labura once meses y medio para poder tomarse esos quince días, con todo el esfuerzo, tarjeteando, como si esos quince días te salvaran de toda la explotación de esos once meses y medio anteriores”, considera.

Y hacer una dieta express y gran actividad física para llegar espléndida es parte del inmenso mercado de lo light, que también puede observarse en las playas. “En el verano es cuando aparece más márketing o las imposiciones simbólicas con la exigencia de tener un cuerpo más parecido a lo hegemónico, las propagandas de gimnasio, de fitness, de dieta. Te ametrallan por los medios y tenés que estar siempre atento porque en realidad una también lo tiene adentro. No necesitás que venga de afuera, tenés esa exigencia con la que tenés que pelear para afuera y para adentro de uno mismo, porque si le damos lugar, viviríamos todo el tiempo amargades”, apunta Jessica.

Para Julieta Kleier, los feminismos entran en esta conversación en la que muchas se proponen disfrutar de la forma propia. “Va muy de la mano de poder elegir nosotras sobre nuestro cuerpo, elegir en todo sentido qué queremos hacer con nuestro cuerpo. Pero todavía funciona la culpa cuando se trata de no ponerse una malla porque no me gusta mi cuerpo o no encuentro talle que me entre. Nadie sale a pedir que se reglamente como corresponde la ley de talles. El feminismo nos ha llevado a ser poderosas, pero con los talles nos sigue dando vergüenza, seguimos pensando que es culpa nuestra. Seguimos escondiéndonos e intentando disimular nuestros cuerpos para parecernos lo más posible al modelo hegemónico”, plantea.

Brenda Mato va más allá. “Más que el feminismo, me ayudó a despertar el activismo gordo. Los feminismos no se hacen todavía cargo de lo que tiene que ver con los estándares de belleza y lo que generan. Hay algo que es difícil de plantear que son los privilegios, y en una sociedad gordofóbica que venera la belleza, coincidir con los estándares es un privilegio. Lo que me ayudó a despertar fue el activismo gordo, escuchar a otras activistas y compañeras, sentirme reflejada para entender mi historia. No es algo que me pasa a mí, no es mi cuerpo, nos pasa a todas”, puntualiza Brenda.

Para Alejandra Benz, “los feminismos están en deuda, porque no se reconoce la opresión específica que tiene la corporalidad gorda. Hay un doble problema, ser mujer y ser gorda”, y remite a lo ocurrido en el último Encuentro Plurinacional de Mujeres, Travestis, Trans, Bisexuales e Intersexuales, donde el nombre que quisieron ponerle al taller fue “mujeres y gordura”, en lugar de “taller de activismo gordo”. “Si pensamos que desde un lugar que es como el Woodstok de los feminismos sucede eso, qué nos quedará en el resto de los lugares a ocupar”, opina.

 

Se vive un cuerpo, se aman cuerpos. Se escribe desde el cuerpo, con el cuerpo. Y la autora de esta nota es gorda desde antes de tener memoria. Todavía recuerda el cumpleaños de 15 del que se fue llorando porque alguien le gritó “gorda, chancha, asquerosa”, tres palabras que quedaron unidas durante años como una cadena. O ese día que caminaba por una callecita de un pueblo cordobés, a sus doce años, y tres chicas de su edad le gritaron, desde la plaza, “gorda mersa”. Dejó de ir a playas y piletas, se escondió de todas las maneras posibles. Estuvo días sin comer para entrar en un vestido. Nada de victimización o recurso individual al amor propio: sólo estallar esos sentidos, hacerlos añicos, hará que todas, todes, puedan disfrutar de sus cuerpos en el verano. O mucho mejor, todo el año.