Diversión, delgadez, consumo, vida saludable –nueva palabra mágica- y disfrute vienen pegados en cualquier publicidad, publicación y –claro- conversación que tenga por objeto eso que somos: nuestros cuerpos. Expuestos, observados, juzgados, expulsados o autoexcluídos por no cumplir con los parámetros de grosor, edad, disfrute obligado. No podrán meterte en el molde a la fuerza como sí hizo la empresa Brahma con el bautismo compulsivo del supuesto goce de tomar cerveza. Pero el desprecio que talla la mirada de los otros, el ideal imposible de la piel lisa y sin grasa, todo eso se traduce en dolor y es una deuda constante de los feminismos para abrir zonas de goce que tampoco se vuelvan normativas.
Tiene 16 años. Decidió faltar al cumpleaños de su mejor amiga porque se hace en una casa con pileta y no quiere ponerse la malla. Le llevó días de sufrimiento decidirse. Sabía que la fiesta implicaba miradas reprobadoras, la vergüenza, estar preparada para el golpe de una palabra hiriente que, aunque no llegue, estará presente en su cabeza. Los años pasan, pero el insulto “gorda” se mantiene. Y se ensancha: los cuerpos delgados son cada vez más delgados y todos los demás son abyectos, hay que esconderlos, vivir en ellos como si fueras culpable de una cantidad de delitos a la ley de lo magro: no quererte, porque “si te quisieras harías dieta” para adelgazar; desechar lo saludable; ser perezosa. Si comés en público, cualquiera se siente habilitado a censurarte. Los feminismos, que cambiaron muchos sentidos comunes, no se metieron –lo suficiente – con un significante cargado de las peores connotaciones. Y a partir de agosto, cada año, todas esas humillaciones y exigencias se multiplican: “llegar al verano” es, únicamente, llegar delgadas. Felices, flacas, perfectas, divertidas. El verano se despliega mucho más allá del sol, las olas y el viento, en la dirección de los mandatos que obligan a disfrutar sólo de una manera. Las chicas del verano siempre son jóvenes, “copadas” y saludables, la nueva palabra mágica. Les gusta la cerveza –si no les harán un bautismo violento como el que propuso la publicidad de Brahma- sin el efecto no deseado de la pancita o los excesos. Tienen a mano las opciones del aire libre. Para pertenecer, tendrán que encajar en cada una de esas exigencias con una sonrisa. Verano y dieta vienen indisolublemente unidos, como verano y diversión, verano y descontrol. Las que no tienen el cuerpo perfecto que postula la publicidad lo tapan: los pareos que las envuelven llevados al borde mismo del agua son una de las formas de que la malla no se convierta en un verdugo. Muchas eligen quedarse vestidas porque “están indispuestas” o enfermas. Cualquier excusa que haga cuerpo que ellas están fuera de circulación. Los cuerpos que importan son flacos, y están disponibles (para otros, siempre en masculino). La gordura te sustrae al deseo y eso se postula a cada momento. El tema es la panza, los rollos o la celulitis, casi nunca los mandatos. Un cuerpo deseable será un cuerpo flaco, y ni siquiera: la mayor parte siente que tiene algo para ocultar, para avergonzarse, para modificar. Es el mercado, es el capitalismo magro, es el patriarcado, todos unidos para condicionar el disfrute.
Estar totalmente contenta con el propio cuerpo quizás sea una utopía, y la época profundiza en esa herida. “Por estructura, nadie puede estar ciento por ciento conforme con su cuerpo. Pero lo cierto es que hay ideales que se imponen que nadie los alcanza, es imposible, porque hasta las mismas modelos están fotoshopeadas, trucadas para parecerse a algo que ya no es una figura humana”, apunta Jessica Zelasco, psicóloga y activista gorde, integrante del taller “Hacer la vista gorda”.
Desde el terreno de la publicidad, esa imposición es una ley férrea, destinada a moldear subjetividades, aunque muchas veces lo haga desde el paraguas justificante de lo aspiracional. “Lo de las chicas flacas es una normativa que todavía no se discute, que en realidad aparece como una posibilidad de diversidad corporal sólo cuando esa marca habla de diversidad corporal. Cuando Dove va a hablar de cuerpos distintos, aparecen cuerpos distintos, pero cuando hablamos de cervezas, de autos, o de cualquier otra cosa, no. Como pasó con la ropa sin género, en la publicidad de Mercado Libre, que supuestamente es de las nuevas generaciones, y acepta nuevos modos de pensar los géneros pero sin embargo, todos los cuerpos que aparecen ahí son híper delgados”, apunta Mariángeles Camusso, feminista, licenciada en Comunicación Social, Docente e Investigadora de la Universidad Nacional de Rosario y la Universidad Abierta Interamericana.
La estética de lo magro pone la vara demasiado alta, y no hay ninguna inocencia en ello. “El cuerpo nunca va a ser ese cuerpo ‘perfecto’ que plantean las publicidades, y para eso obviamente se desconoce, o no se puede asimilar, que ese cuerpo de la publicidad está súper trabajado, además de que son chicas flacas porque el trabajo de modelo las hace entrar en un régimen muy disciplinante, hay preproducción, producción y posproducción, hay todo un trabajo de iluminación y maquillaje que hace que esos cuerpos no tengan ningún pocito o imperfección y sean cuerpos de maniquíes”, recuerda Camusso, mientras desgrana que ese modelo, omnipresente para las jóvenes, también aplica para las mujeres de toda edad, con el nuevo mandato de las MILF (Mothers I’d like to fuck, la sigla no podría ser más elocuente). “Esos modelos de belleza son muy disciplinantes para todas las mujeres”, apunta la docente universitaria.
Y también matiza algún rasgo más contemporáneo: “En los últimos años empezó a haber una cuestión de legitimar la posibilidad del disfrute voyeurístico de las mujeres hacia los cuerpos de los varones hegemónicos, sobre todo con los futbolistas erigidos en el lugar del varón seductor, que hizo que eso disminuya las críticas a los cuerpos disponibles de las mujeres, porque apareció la otra posibilidad, pero en esa disponibilidad, siempre los cuerpos disponibles tienen que ser perfectos, y también hay un trabajo sobre esa masculinidad hegemónica, joven, firme, turgente, ese es el cuerpo deseable de todo el universo publicitario”.
Desde el cruce entre su consultorio y el activismo, a Jessica Zelasco le llama la atención que la gente “ni siquiera se queja” del mandato de “llegar al verano”. “Lo han naturalizado tanto, esta historia de tengo que ir al gimnasio, tengo que hacer dieta, estar bronceada, estas exigencias, que ni siquiera lo cuestionan. La gente está tan súper-adaptada, que se da como una verdad absoluta, incuestionable. Ya se sabe, llega el verano y hay que hacer esto, lo otro, más allá, ponerse a tiro con las exigencias. Te consultan con angustia y hay que hacer todo un trabajo para que puedan cuestionar eso”, dice Zelasco, con una preocupación específica en una época fundante. “Trabajo mucho con adolescentes, en momentos en los que el cuerpo cambia un montón y tienen que adaptarse, y es una lucha muy fuerte contra todas estas imposiciones, para que se sientan bien con su cuerpo, para que lo puedan disfrutar, para que puedan acceder a la sexualidad sin tantos tabúes. Se ve muchísimo en la adolescencia y en los niños también, porque vienen exigidos por sus familias. Es muy difícil cuando hay un rechazo o gordofobia”, agrega.
Alejandra Benz es poeta, psicóloga, activista gorde. Su planteo es que “no es lo mismo pasados los veintilargos que un niñe o adolescente, donde aún no hay casi ninguna defensa frente a la mirada y la aceptación de los otros. Con les chiques de Gordura Estruendosa venimos pensando mucho en esto y en la importancia que se trabaje desde la Educación Sexual Integral la diversidad corporal. Esperamos este año poder generar material al respecto”.
Benz tiene claro que “lo de llegar al verano, la capacidad de disfrute de ese verano está directamente asociada con la corporalidad que portes, no tiene otro significado más que ese, llegar delgado. No importa si llegas triste, contento, deprimido, pobre, rico, pero llegá delgado”, apunta sobre la trillada frase de cada año. “Es medio una carrera esa de las corporalidades gordas, el dedicarnos a ocultar lo inocultable, porque tiene esa doble condición, que uno trata de tapar algo imposible de tapar, que es el cuerpo que uno porta, desde la evitación como dispositivo número uno. No ir porque tienen una pileta, usar remeras, vestidos arriba, no meterse en la pileta, decir no puedo, estoy indispuesta, quedarse en la pileta con ropa, son todas cuestiones que uno aprende para sobrellevar el momento de la incomodidad, más allá de que uno lo piense en el terreno de estar con amistades, la incomodidad está de todas maneras”, pone en acción Alejandra.
Les amigue tampoco advierten la gordofobia que impregna todo ambiente sin discusiones. “Uno entra en esa lógica, porque se supone que eses amigues que te dicen qué fuego, qué diosa, tejen una red, pero uno en el afuera se encuentra con otras cosas, que no es esa red. Ese es un tema que ahora está muy diversificado y hay muchas campañas, desde el movimiento body positive, o desde el amor propio, que te instan a llegar al verano empoderado y que eso se lea como la salvación a pasarla mal, pero el afuera siempre es hostil”, reflexiona.
Body positive, la apuesta a amarse como cada una es, es una de las respuestas que aparecen ante la violencia simbólica de la gordofobia.
Modelo plus size, celebridad de muchas jóvenes que encuentran en ella respuestas efectivas para vivir en un mundo horrible, Brenda Mato sabe muy bien que las espadas estarán siempre afiladas, al acecho. En septiembre pasado, en el programa “Incorrectas”, donde Mica Viciconte y Celina Rucci le tiraron con el argumento que se convirtió en el atajo para mantener la gordofobia: lo saludable. La capacidad de comunicar de Brenda es poderosa. “Llegar al verano pareciera una carrera más que una estación o un disfrute. En algún momento hay una largada y empezamos a correr para llegar al verano como si el 21 de diciembre pasara algo absoluto, como si las personas que no tienen un cuerpo perfecto explotaran o no sé qué podría pasar”, dice la joven y refuerza que “nadie muere el 21 de diciembre por no estar delgada o ponerse una malla y no tener el cuerpo que deberías tener”.
Cuando la gordofobia es discutida desde los activismos, el discurso hegemónico cambia el arco. “Es muy duro cómo empieza a tallar lo saludable. Toda esa línea se volcó para el lado de la salud, sin tener en cuenta que también es peligroso hablar de dietas estrictas específicamente para ponernos una biquini o de qué hacemos en invierno”, señala.
El discurso de lo saludable tiene varias aristas. “Estamos dejando fuera a un montón de personas que no entran en esa descripción de saludable, pero aún así tienen derecho a existir como cualquier otra persona. No sólo gordos, sino personas con discapacidad, personas que están atravesando una enfermedad”, amplía la descripción, y también separa los tantos. “Mi opinión personal, que voy a sostener siempre, es que cuando se habla de gordura, las personas con otro tipo de peso no están exentas de tener colesterol, o diabetes, pero siempre se nos señala. Para mí no es una enfermedad, pero digamos que les doy la razón y les digo estoy enferma ¿eso quita que me pueda mostrar, que pueda tener una vida plena, trabajar de lo que trabajo, enamorarme, comprarme ropa? ¿Por tener una enfermedad debería encerrarme en mi casa, y morirme?”. La pregunta queda picando en el mundo ideal de lo magro, donde mostrarse siendo gorda es ponerse a tiro de cualquier ofensa, de cualquier intrusión, de cualquier opinión supuestamente bienintencionada.
Porque –claro- las personas gordas son “culpables”. “Es muy fuerte, es una enfermedad que en teoría nos autogeneramos. Creo que esa gente no piensa la violencia que termina generando. Me parece que es importante entender que gente que ni siquiera te conoce, esté atormentándote todo el tiempo no ayuda a mejorar. Primero creo que debemos hacernos cargo de la hipocresía”, se plantea Brenda, quien está acostumbrada a sufrirlo en el espacio público.
“Este tipo de hostigamiento y decirles gorda de mierda, pará de comer, tampoco es que va a hacer un click y nunca más voy a comer nada, porque total con una dieta ya se soluciona. Todos los días borro de mis redes sociales comentarios del tipo gorda hacé dieta, gorda andá al gimnasio, o cuando publico sobre la ley de talles, gente que escribe que se soluciona si hacés dieta”, detalla la violencia cotidiana que enfrenta con ironía. “Esa gente que escribe o dice eso, se siente como si estuviera descubriendo la cura del cáncer, como si, guay, esto nunca se me ocurrió, ni se le ocurrió a nadie”, apunta sobre la inutilidad de las dietas.
A la delgadez se suma la exigencia de ser copada y tomar cerveza. Lo que parece contradictorio es, en realidad, una contraposición de la misma lógica, que los activismos gordes trabajan para desmontar. “Se genera una doble exigencia, algo casi esquizofrénico. Por un lado te dicen una cosa, por otro lado te exigen lo contrario. Si sos un adolescente cool, además de ser flaca tenés que ser flaca tomando cerveza”, dice Jessica Zelasco, quien va más allá: “Se contrapone con el mito de que ser flaco tiene que ver con adecuarse a una dieta, o con la cantidad de calorías que se ingieren. Está comprobado que las dietas no funcionan, o lo hacen un tiempo, y luego hay un efecto rebote. Pero claro, es una industria que genera tantas divisas, tanto dinero, que se ocultan los efectos que no convienen”.
Que no se trata de dietas lo sabe Brenda Mato. “Mi mamá tiene un cuerpo más grande que yo y a lo largo de su vida hizo de todo, por ejemplo, auriculoterapia. Yo pensaba, a qué nivel de desesperación y odio contra vos misma tenés que llegar, para someterte a esa agresión. No estás hablando de gente que no le importa más nada. Es gente que se odia, se odió toda su vida, luchó toda su vida, que se mira al espejo y no sabe qué hacer. Que alguien que simplemente por tu imagen venga a decirte algo sin saber nada de vos, es un acto tan violento, triste y cobarde, que te termina generando un montón de cosas”, plantea Brenda Mato, con una lógica implacable. Si hacer dieta “fuera la solución, seguro que ya lo hubieras hecho”.
Como hacer dieta no es una solución duradera, lo mejor es disfrutar del cuerpo. Si se puede. En diciembre pasado, una producción gozosa de Mueck Design (@mueckdesign), de Rosario se viralizó en redes sociales. Eran chicas de talles grandes –eufemismo que se permitirá esta nota- riéndose mientras posaban con mallas hermosas. Julieta Kleier inició hace cinco años el emprendimiento, con prendas de diseñadoras independientes.
“A medida que fue creciendo la demanda de otro tipo de prendas en talles grandes, empezó a haber gran variedad y tratamos de hacer un trabajo que no es solo vender ropa, también brindamos un espacio de contención, por mi propia experiencia que también soy de talle grande y a raíz de esto arranco con el emprendimiento, escuchamos las problemáticas de las chicas, que son muy similares. Una clienta me contó que hacía seis años que no se medía ropa en un probador, porque sentía la mirada de la vendedora que la estaba juzgando, y la ponía incómoda. Entonces, decía que era para otra persona, y se la llevaba pero si no le quedaba bien, tampoco la cambiaba. Por primera vez, después de dos años de venir a mi negocio, y seis en su vida, se animó a probarse y elegir lo que quiere”, relató a modo de ejemplo.
Desde esa experiencia, Julieta sabe que “ponerse una malla es un acto de valentía porque la mirada de otro nos sigue afectando muchísimo y una siente que no llega porque no cumple con el estándar, cuando en realidad somos un montón”. “El 90 por ciento de las mujeres sienten que no llegan al verano. Es una realidad, tengo clientas de todos los talles, y no hay una que esté conforme con su cuerpo, estamos constantemente queriendo disimular, tapar, poniendo prendas que nos hagan pasar desapercibidas. El objetivo es disimular”, considera.
Por eso, desde Mueck quieren que “la ropa sea para vestirnos y no para taparnos o disimular. Es nuestro cuerpo y no va a desaparecer porque no lo mostremos. Es una tarea social: mostrarnos para alentar a otras para que lo hagan”.
Como salida a ese cruce de discursos performativos, que determinan deseos, conductas, sensaciones, Alejandra Benz postula: “Hacemos lo que podemos, y eso es un montón. Me parece que hay que tener un rescate, como esto de pensar cómo quiero llegar al verano. Yo quiero llegar no cansada, no angustiada, de esa manera. Está bueno que una lo pueda poner en juego a ese malestar, no mirar al costado y hacerse cargo de que esto es algo que nos pasa”.
Pero es verano, y en el verano ningún cuestionamiento está permitido. Hay que estar disponible para la diversión, para el deseo, para el consumo. Es la única manera de pertenecer. Porque delgadez, diversión, sexualidad heteronormada forman una tríada. “Hay una cuestión de los cuerpos disponibles, al menos para la mirada, y un mandato muy fuerte en toda la publicidad del verano y también de la publicidad segmentada en las juventudes, de la diversión obligatoria, de que te tenés que divertir y cómo te tenés que divertir. El verano tiene que ser una experiencia fabulosa, fuera de serie, diferente, con lo cual cualquier verano habitual es siempre decepcionante. Esto es paralelo a la cultura del fin de semana y nos tendríamos que preguntar qué relación hay entre eso y la disponibilidad para el trabajo. Cómo ese cuerpo del disfrute se relaciona con los cuerpos productores. Qué relación hay entre esa disponibilidad para otros o el disfrute y esa necesaria productividad que hay que tener el resto de la semana”, complejiza Mariángeles Camusso.
Es el capitalismo, claro. El mercado que vende dietas, gimnasios, cervezas y viajes en cuotas. “Es parte de lo que propone el sistema como consumo, otra arista de consumir y de cómo uno está inserto de esa manera y también funciona como exigencia, si uno es medio familiero o no le gusta salir o prefiere quedarse mirando una peli, no es fashion. Una lo tiene más masticado pero como te digo, para los adolescentes es muy difícil sobrevivir a todo lo que tienen que cumplimentar para pertenecer. Yo pondría todo dentro de la sociedad de consumo y para venderte, te venden que la felicidad se alcanza de determinada manera. Hay una fórmula que tiene que ver con estar dentro del sistema, en el estrato más alto posible que uno le dé el cuero”, describe Jessica Zelasco, y en esa serie entra la imposición de las vacaciones excepcionales. “Una labura once meses y medio para poder tomarse esos quince días, con todo el esfuerzo, tarjeteando, como si esos quince días te salvaran de toda la explotación de esos once meses y medio anteriores”, considera.
Y hacer una dieta express y gran actividad física para llegar espléndida es parte del inmenso mercado de lo light, que también puede observarse en las playas. “En el verano es cuando aparece más márketing o las imposiciones simbólicas con la exigencia de tener un cuerpo más parecido a lo hegemónico, las propagandas de gimnasio, de fitness, de dieta. Te ametrallan por los medios y tenés que estar siempre atento porque en realidad una también lo tiene adentro. No necesitás que venga de afuera, tenés esa exigencia con la que tenés que pelear para afuera y para adentro de uno mismo, porque si le damos lugar, viviríamos todo el tiempo amargades”, apunta Jessica.
Para Julieta Kleier, los feminismos entran en esta conversación en la que muchas se proponen disfrutar de la forma propia. “Va muy de la mano de poder elegir nosotras sobre nuestro cuerpo, elegir en todo sentido qué queremos hacer con nuestro cuerpo. Pero todavía funciona la culpa cuando se trata de no ponerse una malla porque no me gusta mi cuerpo o no encuentro talle que me entre. Nadie sale a pedir que se reglamente como corresponde la ley de talles. El feminismo nos ha llevado a ser poderosas, pero con los talles nos sigue dando vergüenza, seguimos pensando que es culpa nuestra. Seguimos escondiéndonos e intentando disimular nuestros cuerpos para parecernos lo más posible al modelo hegemónico”, plantea.
Brenda Mato va más allá. “Más que el feminismo, me ayudó a despertar el activismo gordo. Los feminismos no se hacen todavía cargo de lo que tiene que ver con los estándares de belleza y lo que generan. Hay algo que es difícil de plantear que son los privilegios, y en una sociedad gordofóbica que venera la belleza, coincidir con los estándares es un privilegio. Lo que me ayudó a despertar fue el activismo gordo, escuchar a otras activistas y compañeras, sentirme reflejada para entender mi historia. No es algo que me pasa a mí, no es mi cuerpo, nos pasa a todas”, puntualiza Brenda.
Para Alejandra Benz, “los feminismos están en deuda, porque no se reconoce la opresión específica que tiene la corporalidad gorda. Hay un doble problema, ser mujer y ser gorda”, y remite a lo ocurrido en el último Encuentro Plurinacional de Mujeres, Travestis, Trans, Bisexuales e Intersexuales, donde el nombre que quisieron ponerle al taller fue “mujeres y gordura”, en lugar de “taller de activismo gordo”. “Si pensamos que desde un lugar que es como el Woodstok de los feminismos sucede eso, qué nos quedará en el resto de los lugares a ocupar”, opina.
Se vive un cuerpo, se aman cuerpos. Se escribe desde el cuerpo, con el cuerpo. Y la autora de esta nota es gorda desde antes de tener memoria. Todavía recuerda el cumpleaños de 15 del que se fue llorando porque alguien le gritó “gorda, chancha, asquerosa”, tres palabras que quedaron unidas durante años como una cadena. O ese día que caminaba por una callecita de un pueblo cordobés, a sus doce años, y tres chicas de su edad le gritaron, desde la plaza, “gorda mersa”. Dejó de ir a playas y piletas, se escondió de todas las maneras posibles. Estuvo días sin comer para entrar en un vestido. Nada de victimización o recurso individual al amor propio: sólo estallar esos sentidos, hacerlos añicos, hará que todas, todes, puedan disfrutar de sus cuerpos en el verano. O mucho mejor, todo el año.