Internacional
Una nube de humo tóxico cubre el oeste de Estados Unidos

Los incendios forestales están complicando una medida vital para soportar el coronavirus: el simple placer de salir al aire libre.
SANTA CRUZ, California — Mientras los bosques ardían en la distancia, el cielo cobrizo olía como una fogata. Los sensores de calidad del aire irradiaban rojo. Dave Begley, un leñador que había estado durmiendo en su camioneta desde que huyó de los incendios forestales de California, despertó con dificultad para respirar.
“Me quedo sin aire fácilmente”, dijo Begley, de 59 años. “Uso mi cubrebocas, pero no funciona. ¿Qué se puede hacer al respecto?”.
Millones de personas tosiendo, jadeando e inhalando humo tratan de contestar la misma pregunta. El humo de los incendios forestales está nublando el cielo en todo California y el oeste de EE.UU. y robándole a la gente el respiro de salir al aire libre.

Columnas de humo de enormes incendios forestales ensucian el aire en todo California y otros Estados de EE.UU.. Foto: Maxar Technologis/NASA, via Agence France—Press, via Getty Images.
Apagones esporádicos y el calor incesante han hecho que la vida en interiores sea igual de intolerable.
En los rincones peor afectados del oeste estadounidense, algunas personas ahora pasan días confinadas hasta que sus apps de calidad del aire les indican que no hay peligro para tener una sesión rápida de trote o ciclismo.
Otros están sellando sus puertas y ventanas y acaparando purificadores de aire y filtros de uso pesado para cuando puedan usar sus aires acondicionados. Los neumólogos y especialistas en asma dicen estar inundados de llamadas de pacientes angustiados.
Algunas personas simplemente se están marchando. Tras días de tos y molestias, Megan Cauley, de 36 años, dijo que ella, su esposo y los dos hijos pequeños de la pareja partieron a Seattle para quedarse con los padres de Cauley hasta que se despeje el cielo.
Los incendios no sólo queman pinos ponderosa, madroños y abetos, sino también autos, pintura, plástico y aislamiento, y ventarrones de partículas diminutas pueden desplazarse cientos de kilómetros y terminar en la garganta de una persona, penetrando la mayoría de los cubrebocas.
Las partículas pueden irritar senos nasales, ojos y garganta e inflamar los alvéolos pulmonares que llevan oxígeno a la sangre.
En la sala de urgencias de Santa Cruz donde Julie Gorshe trabaja como asistente médica, más pacientes llegan jadeando, tosiendo y batallando para respirar —síntomas de exposición al humo, y también de Covid-19.
Algunos con problemas respiratorios crónicos habían huido sin sus medicinas o inhaladores.
Dolly Patterson, de 62 años, quien vive en el norte de California cerca de un enorme cúmulo de incendios, dijo que tenía ocho días consecutivos vomitando en reacción al fuerte humo.
Tavo Diaz, un cartero en Santa Cruz, señaló que el cubrebocas quirúrgico que le proporcionó la oficina postal no servía para filtrar las partículas finas, así que compró su propia mascarilla N-95.
“Si no fuera por la N-95, ya tendría una infección en los senos nasales”, aseguró.
Coronavirus
Italia: la triste historia de un capitán muerto de covid en alta mar y el drama de su familia argentina

Murió en el Índico, sin médico para tratarlo. Por días ningún puerto aceptó el cuerpo. Su esposa busca saber qué pasó.
Contagiado de Covid-19 murió en alta mar, en el océano Índico el comandante Angelo Andrea Capurro, 62 años. Se supo que fue en torno al martes 13 pero aún no se sabe la fecha exacta de su fallecimiento. Desde Durban en Sudáfrica, la nave “Ital Libera” de bandera italiana se dirigía a Singapur, que rechazó por el peligro de contagio el atraque. Otros puertos hicieron lo mismo hasta que en la madrugada de este lunes el barco en cuya cámara frigorífica yace el cuerpo del capitán Capurro, fue recibido en Yakarta, la capital de Indonesia.
Una triste historia, salpicada de episodios penales que deberá decidir la justicia, amarga más a su familia argentina: la esposa Patricia, de 60 años, y sus hijos Angel Federico, de 38,y María Elena, de 35 que quieren saber la verdad.
La sola fatalidad no explica lo que ha pasado, sostiene Patricia. “La falta de socorro y la omisión de socorro son delitos y se suma que hay veinte hombres de la tripulación a riesgo o ya contagiados, lo que perfila el estrago culposo”, afirmó Patricia de Capurro a “Clarín” desde su casa de La Spezia, en el norte italiano.

La argentina Patricia Capurro esposa del comandante Angelo junto a sus hijos Federico y Maria Eleonora. Foto: Gentileza
Angelo y Patricia se casaron en nuestro país después que el hombre de mar italiano eligió la Argentina porque en Italia no había embarques. Vivieron allí ocho años hasta que Capurro recuperó su carrera tras la crisis.
“Angelo amó hasta el último día a nuestro país”, dice Patricia.
En Buenos Aires nacieron los dos hijos, ambos laureados universitarios sin trabajo estable debido a la gran desocupación agravada por la crisis económica causada por la pandemia, que hizo perder casi un millón de puestos de trabajo el año pasado en Italia.
Misión a Durban
El 16 de marzo la compañía propietaria de “Ital Libera” le pidió a Angelo que se hiciera los hisopados y otros test, que dieron negativos. La empresa se llama Italia Marítima y forma parte del grupo Evergreen, propietario también de la gigantesca nave portacontenedores que en marzo bloqueó, arenándose, el canal de Suez, un hecho que tuvo gran repercusión internacional.

El comandante Angelo Andrea Capurro en la nave Ital Libera. Foto: gentileza
El 26 de marzo, cuenta su esposa, lo convocaron a Trieste, le hicieron un nuevo hisopado que dio negativo y le dieron orden de partir a Durban, en Sudafrica, y asumir el comando de “Ital Libera”.
Patricia recordó el precario estado de salud de su marido, que debía trabajar como único sostén de la familia. “Era inmunodepresivo, diabético, con hipertensión y problemas cardíacos, gota y flebitis, problemas serios de artrosis bilateral, úlcera y sangre ácida”.
El 27 marzo partió rumbo a Doha (Qatar), con otra escala en Johannesburgo, Sudáfrica, antes de un último vuelo hasta Durban. Treinta y seis horas de vuelo que lo agotaron. Patricia cree que fue en el amontonamiento humano en el aeropuerto de Doha donde probablemente fue contagiado.
Síntomas a bordo
En Durban, Angelo Capurro asumió el comando de la enorme nave portacontenedores y partió rumbo a Singapur, donde debía arribar el viernes 16 de este mes. Pero dos días después de embarcado comenzaron los síntomas del virus pandémico. Tos, dolores en el pecho, dolores fuertes en las articulaciones, somnolencia y dificultades para respirar. No había médico a bordo del barco.

Angelo Andrea Capurro en su penúltimo viaje la nave Ital Libera noviembre de 2020. Foto: Gentileza
“Llamé al doctor David Barletta”, el médico de familia, “para pedirle ayuda”, explicó su mujer. El galeno pidió la lista de fármacos que había en la nave y probó a medicarlo a distancia. “Avisé a la compañía y no hicieron nada. El primer oficial de cubierta, el italiano Antonio D’Esposito, no asumió el comando ni pidió el socorro vía helicóptero ni favoreció acercarse a las costas para auxiliar al enfermo. Además, en el océano Índico hay muchas naves militares para apoyar a los mercantiles contra la piratería”, relata y denuncia.
“No se intentó hacer todo lo posible para salvarlo”, sentencia Patricia.
Las abogadas Raffaella Lorgna y Lucía Barbieri representan a la familia del comandante Capurro. La familia y sus letrados quieren conocer bien las circunstancias y las responsabilidades de la compañía armadora y lo que ocurrió en la nave.

La nave mercantil Ital Libera de compañía Italia Marittima Trieste donde murió Covid el comandante Angelo Andrea Capurro. Foto: Marine Traffic
“Las capitanerías de puerto están movilizas para que sea liberada el acta de muerte, que debe redactar el primer oficial que está a cargo de la nave, Antonio D’Esposito. Conozco el Código de la Navegación y tras la muerte de mi marido él es también oficial de Estado Civil en representación del gobierno italiano. Todavía no lo ha hecho y no sabemos a qué estrategia responde su actitud”, señaló Patricia.
Capurro era muy amado por las tripulaciones que comandó por su humanidad y competencia, agregó la esposa. El acta de muerte es fundamental para desembarcar el cuerpo y enviarlo por vía aérea a Roma.
La familia argentina, Patricia y sus dos hijos, deberán viajar a Roma para reconocer el cuerpo, que será sometido a una autopsia antes de devolverlo a los familiares.

El comandante Angelo Andrea Capurro en una selfie junto a dos miembros de la tripulación nave Ital Libera. Foto: Gentileza
“Ahora esperamos y después será la hora de la Ley”, afirmó su esposa. “Para que ningún otro hombre de mar sufra el calvario de mi marido”.
Internacional
Las crueles imágenes de maltrato animal en un laboratorio que escandalizan a España

Un video de un centro de investigación de Madrid muestra cómo operaba y puso en evidencia una cadena de fallos, que horrorizan a los defensores del bienestar animal y reabren el debate sobre el uso de seres vivos en la experimentación.
Internacional
Un misterio que lleva 90 años: la desaparición de un pueblo y sus 1200 habitantes

Pobladores cercanos al lugar en Canadá dicen que vieron “una enorme luz verde bajar del cielo”. También desaparecieron todos los cuerpos del cementerio.
Han pasado 90 años y todavía no hay respuestas.
Un pueblo Inuit asentado junto al lago Angikuni, en Nunavut (Canada), desapareció un día y nunca más se supo algo de sus 1.200 habitantes. Sucedió en 1930 y la pregunta es: ¿dónde están todas esas familias Inuit?
LA RARA Y FURIOSA TORMENTA
Era un pueblo que vivía de la caza y la pesca y que se asentó al borde de aquel lago para permanecer allí, si no para siempre, por lo menos un buen tiempo. Otros poblados cercanos sabían de su presencia y tenían muy buenas relaciones con los Inuit.

Un pueblo Inuit asentado junto al lago Angikuni, en Nunavut (Canada), desapareció un día y nunca más se supo algo de sus 1.200 habitantes.
Eran acogedores y por eso Joe Labelle, un cazador canadiense, aprovechando el verano ártico se dirigió al territorio Inuit para venderles pieles, como lo hacía todos los años.
Pero cuando llegó al lago Angikuni algo no estaba bien. Había sido un día donde se desató una rara y furiosa tormenta y creyó que había equivocado la ruta.

Los Inuits son un pueblo acogedor.
Al pasar el fenómeno natural notó otra cosa extraña: era todo silencio y nada se movía. Al llegar al campamento donde deberían estar los Inuit se sintió horrorizado: los perros no salían a recibirlo, ni siquiera se escuchaban sus ladridos, no había humo de las fogatas típicas y no se escuchaban los gritos de los niños jugando.
Joe Labelle pensó que los Inuit habían decidido dejar la zona. Pero no. Algo extraño sucedía.

Nunca má sse supo algo de aquellos 1.200 Inuits.
Estaban sus casas. Los kayaks destinados a la pesca se encontraban amarrados. No había huellas de pisadas ni de trineos en la nieve. Las escopetas de caza se encontraban guardadas en los casas. Las provisiones estaban guardadas en las despensas. Y muchas mesas estaban listas para el almuerzo. Incluso en algunas casas los guisos de caribú a medio cocinar aún estaban en las cacerolas.
LA DESAPARICIÓN DE 1.200 PERSONAS
Joe dio vueltas y vueltas por el lugar y sus alrededores, pero no encontró rastros de los Inuits. Fue a la oficina de telégrafos que había en la región y le avisó a la Policía Montada del Canadá lo ocurrido.

La ubicación del lugar de la desaparición.
No tardaron mucho en llegar y trajeron a los mejores rastreadores, pero no encontraron nada. Sí, algo terrorífico. Los perros atados y muertos tras haberse devorado entre ellos al no tener comida.
Para la Policía Montada algo era irrefutable: los Inuits no habían desaparecido por voluntad propia. Nunca se hubieran separado de sus perros al que consideraban un animal sagrado.
UN DESCUBRIMIENTO TERRORÍFICO
Los investigadores encontraron otro detalle que los alarmó: el cementerio inuit tenía las tumbas vacías. Al parecer algo o algunos, habían desenterrado a sus muertos y se los habían llevado.

La noticia en los diarios.
Todas las tumbas habían sido abiertas y los cadáveres sustraídos. Eso llevaba tiempo y muchísimo esfuerzo ya que los enterramientos inuits son apilaciones de piedras y no fosas en el suelo.
LA LUZ VERDE Y UN RARO OBJETO EN EL CIELO
Al preguntar en los alrededores, nadie supo decir donde estaban los Inuits, pero cientos declararon lo mismo: días antes de aquella rara y feroz tormenta, una enorme luz verde bajó del cielo sobre el poblado Inuit.
Muchos creyeron que había sido una aurora boreal. Otros que algo bajó del cielo y se llevó a los 1.200 habitantes del poblado Inuit.

Todos los perros estaban atados y muertos. Los Inuits jamá se irían sin ellos ya que lo consideran un animal sagrado.
En ese momento, la Policía Montada sacó de un cajón una denuncia que había archivado días atrás. La del cazador Arnand Laurent, que se encontraba en el extremo norte de la Bahía de Hudson, en pleno Ártico, y había sido testigo de un fenómeno extraño: un objeto cilíndrico y destelleante cruzó el cielo en dirección norte hacia el Lago Anjikuni.
Lo cierto es que han pasado 90 años y de aquellas 1.200 personas nunca se supo nada. Perdidas en la Tierra o en el Cielo…
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