Ni su papá creyó que podía vivir del baile, pero Emiliano siguió. Empezó a dar clases y a formarse como coreógrafo para entrenar bailarines pero como todavía no podía mantenerse hacía trabajos paralelos: fue empleado de limpieza en el Banco Central, recepcionista en una remisería y atendió un kiosco.
Pero en 2011 hubo un episodio que lo desmoronó: se presentó en un concurso en un boliche gay en el que distintos grupos hacían coreografías. “Los jurados me mataron para que los demás se rieran, hicieron comentarios sobre mi cuerpo y eso me hizo sentir súper mal. Ganó un grupo de pibes en cuero y en boxer, todos divinos, mientras bailaban se tiraban pintura en el cuerpo”.
Después de ese episodio siguió una lesión en un tobillo y Emiliano dejó de bailar: “En ese momento yo decía ‘ya bailé un montón, ahora que bailen mis alumnos. ¿Un montón? Tenía 20 años. Me ganaron los prejuicios que los demás tenían sobre mí”. Cuando dejó de bailar empezó a engordar más.
“Todos creían que yo tenía que ser diferente. Por lo general, la gente cree que tenés que cerrar la boca y listo, pero la realidad del obeso es otra. Yo no tenía obra social, vivía en Laferrere, trabajaba todo el día. Ocuparte demanda tiempo y dinero, todo lo que no tenía”.
Fueron 10 años en los que se guardó. Dejó de bailar, incluso cuando le marcaba los pasos a sus alumnos. “Me resigné a no hacer un montón de cosas por el cuerpo que tengo, me la pasé postergando mis sueños“, dice él, que ahora tiene 29 años. Pero el año pasado fue por primera vez a una “Fiesta Turbo”, a la que van “cuerpos disidentes, diversidad sexual y se respira libertad”, resume.
El lema de la fiesta es “bailar libera” y Emiliano le hizo honor. Se animó a bailar en la categoría “Voguing” (una danza que nació en Harlem, a fines de los 70, entre la comunidad LGBT de afroamericanos y latinos), y mostró la técnica y el oído que tiene cuando bailó free style.
“Me explotó la cabeza”, cuenta. “Pensé: ‘Este es el cuerpo que tengo ahora y no voy a esperar a que sea agradable a la vista de los demás para hacer lo que me gusta. Porque para mi bailar no es un hobby, es una necesidad. Si yo no bailo, me muero”. De a poco, y con ayuda de amigos que le decían “tenés que mostrar lo que hacés”, se animó a subir a su cuenta de Instagram algunos videos en los que se lo ve bailando.
Empezar a romper la cáscara para salir era una idea nueva, chiquita. Pero el martes le hicieron una entrevista en el programa radial de diversidad sexual “No se puede vivir del amor”, y algo cambió. Franco Torchia -el conductor, que tiene casi 40.000 seguidores en Twitter- subió un video de Emiliano bailando y la cáscara se rompió de golpe. Unas horas más tarde, Marcelo Tinelli vio el tuit y propuso públicamente “darle una oportunidad” para participar del próximo “Bailando por un sueño”.
“Me dejó en shock todo lo que pasó. Me gusta el reconocimiento pero me asusta estar expuesto a las miradas. A veces uno puede trabajar para estar fuerte pero si la sociedad sigue estando llena de prejuicios es difícil. Si yo hubiera escuchado todos los ‘no’ hoy estaría trabajando en una oficina, o detrás de un mostrador. Es un proceso de amor propio que hay que sostener todos los días. No esperar la aceptación de la mirada ajena, porque los años pasan, la vida se pasa”.
Hace un año y medio finalmente logró alquilar un local e inaugurar su propio estudio: “Buenos Aires Dance Studio”, un nombre en inglés con la idea de llegar lejos. Fue ahí que entrenó a un grupo de alumnos y alumnas para tratar de clasificar para el mundial. Compitieron y lo lograron, y este año viajarán a Phoenix, Estados Unidos, a competir en el World Hip Hop Dance Championship. Emiliano será el líder de un grupo de 21 alumnos que desplegarán la coreografía que diseñó para ellos.
Si no ganan, no importa: el proceso va por otro carril. Se nota en lo que escribe cada vez que se muestra bailando: “Acá, en el gran proceso de la aceptación. Para poder disfrutar de mí, de mi cuerpo, de lo que tengo y de lo que puedo“.