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Sociedad

Se llama Emiliano Medina, vive en Laferrere y es profesor de danzas. Dice que los padres de sus alumnos no le creían que el profesor era él

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Hay un video en Internet llamado “Carrera de oportunidades”. En la primera escena, un grupo de jóvenes está en la línea de largada a punto de comenzar una carrera. El profesor, sin embargo, los frena.

Pide que den dos pasos al frente quienes han tenido padres presentes. Dos pasos al frente quienes no han tenido que preocuparse por tener un plato de comida. Dos pasos al frente quienes no han tenido que trabajar a temprana edad para ayudar a pagar las cuentas. Después, antes de dar comienzo, pide a los que avanzaron que se den vuelta, miren a los otros y vean que “en esta carrera llamada vida” no todos salen del mismo punto de partida. 

Si Emiliano Medina hubiera sido parte de ese video no habría dado pasos al frente: su mamá murió cuando él tenía un año y medio, en la primaria se dio cuenta de que le gustaban los varones y, a los 12 años, tenía algo de sobrepeso pero había absorbido tanto la mirada del afuera que se veía “gordísimo”.

En el final del video el profesor pregunta: ¿Que los de adelante hayan tenido más oportunidades significa que los de atrás no pueden correr? Emiliano podría responderle: pasó de ser “el gordo que baila” en Laferrere a ser el coreógrafo que va a representar a la Argentina en un mundial.

“A los 10 años ya bailaba solo. Tenía mi pieza en la terraza y me la pasaba copiando las coreografías de Chiquititas”, se ríe él mientras charla con Infobae. “Me daba un poco de vergüenza porque creía que bailar era algo de chicas, pero lo hacía igual”. Dos años después se mudó a Laferrere, un lugar mucho más hostil que la Ituzaingó en la que había crecido.

Su papá trabajaba todo el día y Emiliano, que todavía iba a la primaria, tuvo que arreglárselas solo: solo se planchaba el uniforme, solo se cocinaba, solo hacía la tarea. El recuerdo lo hace llorar y ahora, del otro lado del teléfono, pide perdón por el ahogo.

Fue una prima y unas amigas nuevas quienes lo invitaron a una clase de danzas y, a los 13 años, empezó a competir en teatros. Pasaba horas mirando en VHS las coreografías de Michael Jackson, Britney Spears y Madonna. Prestaba atención a cada paso y después entrenaba solo.

“Me acuerdo que bailaba por la calle, parecía un loco. Los otros veían al ‘gordo que baila’ pero yo había encontrado mi salvación, algo que me encantaba, que me ocupaba la cabeza. Le pedí a mi papá que me pagara clases de danza y me dijo que no podía. Yo le contesté: ‘Si no me querés pagar un psicólogo después, pagame danza ahora'”.

Hacía de cuenta que las burlas no le importaban pero el blindaje no era sólido. “Era difícil. Yo me mataba entrenando y bailaba en un grupo y entraban otros varones esbeltos, con la típica belleza hegemónica, y a mí me mandaban al fondo. Yo fui absorbiendo la mirada de los demás que dice que para ser bailarín tu cuerpo tiene que ser flaco, divino. Y yo tenía un cuerpo gordo”.

Emiliano creció convencido de que quería dedicarse al baile y pensó: “Si no puedo trabajar de bailarín con este cuerpo voy a ser el profe gordito. Voy a ser el profesor que yo no tuve, el que te dice que confíes en vos, que lo que hagas va a estar bien“. Se recibió de profesor de danza jazz y luego de danzas urbanas, y aguantó el desconcierto de los padres que llevaban a sus hijos a las clases y preguntaban “¿y donde está el profesor?”. “Era chocarme con los prejuicios de todos. ¿Vos bailás? ¿con ese cuerpo?”.

Ni su papá creyó que podía vivir del baile, pero Emiliano siguió. Empezó a dar clases y a formarse como coreógrafo para entrenar bailarines pero como todavía no podía mantenerse hacía trabajos paralelos: fue empleado de limpieza en el Banco Central, recepcionista en una remisería y atendió un kiosco.

Pero en 2011 hubo un episodio que lo desmoronó: se presentó en un concurso en un boliche gay en el que distintos grupos hacían coreografías. “Los jurados me mataron para que los demás se rieran, hicieron comentarios sobre mi cuerpo y eso me hizo sentir súper mal. Ganó un grupo de pibes en cuero y en boxer, todos divinos, mientras bailaban se tiraban pintura en el cuerpo”.

Después de ese episodio siguió una lesión en un tobillo y Emiliano dejó de bailar: “En ese momento yo decía ‘ya bailé un montón, ahora que bailen mis alumnos. ¿Un montón? Tenía 20 años. Me ganaron los prejuicios que los demás tenían sobre mí”. Cuando dejó de bailar empezó a engordar más.

“Todos creían que yo tenía que ser diferente. Por lo general, la gente cree que tenés que cerrar la boca y listo, pero la realidad del obeso es otra. Yo no tenía obra social, vivía en Laferrere, trabajaba todo el día. Ocuparte demanda tiempo y dinero, todo lo que no tenía”.

Fueron 10 años en los que se guardó. Dejó de bailar, incluso cuando le marcaba los pasos a sus alumnos. “Me resigné a no hacer un montón de cosas por el cuerpo que tengo, me la pasé postergando mis sueños“, dice él, que ahora tiene 29 años. Pero el año pasado fue por primera vez a una “Fiesta Turbo”, a la que van “cuerpos disidentes, diversidad sexual y se respira libertad”, resume.

El lema de la fiesta es “bailar libera” y Emiliano le hizo honor. Se animó a bailar en la categoría “Voguing” (una danza que nació en Harlem, a fines de los 70, entre la comunidad LGBT de afroamericanos y latinos), y mostró la técnica y el oído que tiene cuando bailó free style.

“Me explotó la cabeza”, cuenta. “Pensé: ‘Este es el cuerpo que tengo ahora y no voy a esperar a que sea agradable a la vista de los demás para hacer lo que me gusta. Porque para mi bailar no es un hobby, es una necesidad. Si yo no bailo, me muero”. De a poco, y con ayuda de amigos que le decían “tenés que mostrar lo que hacés”, se animó a subir a su cuenta de Instagram algunos videos en los que se lo ve bailando.

Empezar a romper la cáscara para salir era una idea nueva, chiquita. Pero el martes le hicieron una entrevista en el programa radial de diversidad sexual “No se puede vivir del amor”, y algo cambió. Franco Torchia -el conductor, que tiene casi 40.000 seguidores en Twitter- subió un video de Emiliano bailando y la cáscara se rompió de golpe. Unas horas más tarde, Marcelo Tinelli vio el tuit y propuso públicamente “darle una oportunidad” para participar del próximo “Bailando por un sueño”.

“Me dejó en shock todo lo que pasó. Me gusta el reconocimiento pero me asusta estar expuesto a las miradas. A veces uno puede trabajar para estar fuerte pero si la sociedad sigue estando llena de prejuicios es difícil. Si yo hubiera escuchado todos los ‘no’ hoy estaría trabajando en una oficina, o detrás de un mostrador. Es un proceso de amor propio que hay que sostener todos los días. No esperar la aceptación de la mirada ajena, porque los años pasan, la vida se pasa”.

Hace un año y medio finalmente logró alquilar un local e inaugurar su propio estudio: “Buenos Aires Dance Studio”, un nombre en inglés con la idea de llegar lejos. Fue ahí que entrenó a un grupo de alumnos y alumnas para tratar de clasificar para el mundial. Compitieron y lo lograron, y este año viajarán a Phoenix, Estados Unidos, a competir en el World Hip Hop Dance Championship. Emiliano será el líder de un grupo de 21 alumnos que desplegarán la coreografía que diseñó para ellos.

Si no ganan, no importa: el proceso va por otro carril. Se nota en lo que escribe cada vez que se muestra bailando: “Acá, en el gran proceso de la aceptación. Para poder disfrutar de mí, de mi cuerpo, de lo que tengo y de lo que puedo“.

 

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