El miércoles por la noche, tras el estreno de El lago de los cisnes, integrantes del Ballet Estable del Teatro Colón y de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires desplegaron carteles denunciando el destrato que sufren. Un hecho inesperado para muchos, que sin embargo da cuenta de la complicada situación por la que atraviesa el más importante teatro del país. Cuando todo parecía encaminarse hacia un cierre de temporada “normal”, sin mayores sobresaltos, los nudos llegaron al peine. “Sueldos dignos”, “Dignidad laboral”, “Basta de precarización laboral” y “Basta de abusos de poder” se leía en los carteles desplegados sobre el escenario y en el foso de la orquesta, ante la sorpresa general. Es evidente que la armonía que en la última década marcó la convivencia entre las autoridades y representantes de los cuerpos artísticos y de los trabajadores se está resintiendo.

Lo que concretamente expresan los carteles desplegados tiene que ver por un lado con viejos reclamos de los músicos. Uno de ellos es el reconocimiento del valor del instrumento que cada uno utiliza, que es propiedad de cada músico, y los costos por la manutención -los insumos son en su mayoría importados-, además de la jerarquización de la carrera a partir de antigüedad y logros artísticos. Por otro lado está la situación del ballet, que es más grave aún. La gran mayoría de los integrantes del cuerpo que dirige Paloma Herrera son contratados, sin ningún tipo de cobertura por lesiones, por ejemplo. Mucho menos derecho a la jubilación, que por razones naturales para los bailarines es a los 45 años. En general, la diferencia de sueldo entre un estable y un contratado ronda el 40%, para no hablar de la puntualidad en el pago.

El malestar viene además por cuestiones de programación. Los artistas remarcan a la dirección del teatro que la programación prevista para el año que viene en general es muy chata y con escasa sustancia, teniendo en cuenta de que, entre otras cosas, se trata de un “año Beethoven” (250º aniversario de su nacimiento). Varias de esas debilidades quedaron evidenciadas la presentación de la temporada realizada hace algunas semanas, donde más que en las actividades naturales del teatro, se hizo hincapié en anunciar la colonia de vacaciones para niños, las funciones de Star Wars y el viaje de la Filarmónica, y un grupo de funcionarios, a China en febrero del año que viene.

También los sueldos exorbitantes de funcionarios contribuyen al panorama de descontento. Uno de los casos más sonantes es el de Enrique Arturo Diemecke que acumula varios cargos y de quien se dice que además cobra aparte por las contrataciones que él mismo como director artístico se hace. También hace ruido la llegada de Alejandro “Conejo” Gómez, ex ministro de Cultura de la Provincia de Buenos Aires en la gestión de María Eugenia Vidal, al directorio del Teatro, amén de ciertos cambios en la dirección administrativa y legal. Como decía ayer un músico que vio pasar muchas administraciones por el Colón, mientras revolvía el café con escepticismo de porteño viejo: “Han convertido el teatro en una unidad de negocios con un comité del Pro adentro”.