Joaquín, quien juega en el club que expulsó a uno de los rugbiers de Zárate, en zona norte, recuerda una fiesta donde los llamados “negros de mierda” eran pibes de clubes de rugby del conurbano, como podían ser los asesinos de Fernando. Una mamushka de señalados por “negros”: en un país que eliminó a sus pobladores originarios y a todo afrodescendiente que caminara, no es menos importante en el drama que el componente patriarcal, estatal, educativo. ¿Y qué hacen las escuelas con los actos de racismo? Ahí donde se pide ESI ESI ESI hay un grito desesperado de fallas que tienen huellas demasiado profundas. Para Barrancos hay una sobremitoligización en relación a la ESI y las conductas siguen siendo generizadas: “todavía hay en las escuelas deportes de niñas y de niños, ni te digo en la formación para la profesionalidad docente. Las escuelas que forman profesores de Educación Física tienen una diferenciación de género clara, y eso no lo resuelve la ESI, eso lo resuelve un cambio profundo en la formación docente. No podemos convertir la ESI en un mito, hace falta la ESI más toda la transformación curricular”.

Pequeñas masculinidades

Malvina Silva, socióloga y doctora en Ciencias Sociales, abordó el vínculo entre la música popular, la juventud y las diferencias de género en contextos de pobreza. Para eso estuvo dos años (2006 y 2007) en el barrio Malvinas, de Monte Grande, con un grupo de entre 12 y 23 años que todos los sábados iba a bailar. Ella habla del modelo de masculinidad en crisis ya desde esa época y expone muchas dudas respecto de cómo se va a reconstruir o cómo van las nuevas generaciones a construir el propio. “Me preocupan mucho las masculinidades pequeñas, porque se piensa que les niñes están construyendo otro modo de relacionarse pero no sabemos; tenemos a sus varones padres, maestros y demás, con este modelo caduco, entonces hay algo ahí que hace mucho ruido” dice.

En su experiencia de campo, “negro de mierda” y “cheto puto” forman un reverso que se replica todas las noches miles de veces alrededor de todos los bailes del país. En la adolescencia, donde todo se vive con una intensidad enorme, mezclar el clasismo, el racismo y la homofobia es moneda corriente. “Lo que pasaba siempre es que se creía que los chetos eran putos porque no tienen aguante, algo de la fuerza física ausente por trabajos más corporales como los que hacen las clases populares. Con los rugbiers eso se da vuelta porque justamente son tipos que tienen una pertenencia de clase de media alta para arriba, y a su vez tienen una fuerza física que la ponen en escena dentro de los boliches contra otros” explica.

El sujeto social que se representa en Fernando y en otros jóvenes más laburantes no es pasivo; según ella. “Se piensa que son todas carmelitas descalzas que no entran en esa lógica y la realidad es que es una lógica vincular. La muerte es el peor escenario pero la realidad es que estos enfrentamientos son muy comunes y a veces hasta me parece extraño que no sucedan muertes más a menudo”.

En los boliches que Silva evaluó, los sujetos sociales que están sindicados como autoridad, el mundo adulto, ya sea padres, patovicas, policía, inspectores, choferes de colectivo y demás, participaban en esos espacios en la pre y post fiesta como personas que en general tendían al autoritarismo más que al dialogo. “Los patovicas no entraban a las peleas para separar sino que entraban para pegar, y no era el suyo el golpe para persuadir sino que ahí había también una necesidad de afirmar el lugar de poder y de sometimiento. No es que los jóvenes se pelean porque les gusta correr riesgos o pelearse y nada más sino que hay una conexión con el contexto social en el que los jóvenes circulan, nacen, se crían etc. Cuando se dice “el boliche no es responsable porque los chicos eran mayores” o “los chicos se tienen que ir de vacaciones con los padres para que estas cosas no sucedan” se está pensando mal. Por un lado, me parece que los jóvenes se pelean por afirmación identitaria, reafirma la idea de unidad de un grupo y te separa de los otros pero además la pelea le da mucho sentido a la vida de muchos de estos jóvenes, les da un contenido extra”.

Silva recoge los días después, los domingos donde se juntaban desde el mediodía a reconstruir de una manera casí mítica las condiciones de la pelea. Y se crea un prestigio en relación a quienes pelean bien y a quienes pelean más. “Yo he visto cómo llevaban a bailar a pibes de 12 años para entrenarlos justamente en poner el cuerpo y ser a futuro pibes que peleen mejor. También está la cuestión de rito de pasaje: la pelea funciona de esa manera, la persona a la que todo el mundo respeta es porque ya pasó por todas esas peleas y cuando deja de pelearse es porque ya se consagró en adulto. El motivo por el que se pelean es múltiple pero todo esto está entrelazado”.

Con respecto al rol del Estado en una sociedad capitalista y desigual, para ella no está ausente sino que está presente a través de las fuerzas de seguridad. Ese es el rol que el Estado quiere cumplir, no es que no cumple otro porque no puede o porque no tiene recursos. El Estado destina recursos a controlar esos espacios a través de la fuerza y no de la prevención. “Si vas a tomar no manejes”, o “andá con otro que no tome y pueda volver manejando” son conceptos que circulan más bien como propuesta comunitaria que como política de Estado.

Para Silva hay que insistir en el control comunitario: “La idea de yo no me meto, que creo que en el espacio público es una consecuencia clara del sistema pero también es una herencia post dictatorial, tiene como mensaje el “No pongas el cuerpo por otro porque vos no sabés lo que hizo, probablemente esa persona se merece lo que le está pasando”. Lamentablemente esa idea sigue vigente en la sociedad civil” explica. El feminismo es uno de los grandes movimientos que disputa los sentidos del espacio público pero en el caso de los varones todavía nadie se atreve a meterse en las peleas, las instituciones educativas siguen sin transversalizar sus contenidos con la ESI y la justicia y los medios masivos sigue eligiendo a las mejores víctimas y a los mejores victimarios. Resta pensar qué va a ser de nuestros niñes, cómo interpelar a un cambio urgente para que no haya más Fernandos ni los buscadores tiren decenas de nombres atrás de la frase “la mataron a golpes”.