De acuerdo a los especialistas, “la volatilidad de las autoridades educativas no contribuye a la continuidad de las políticas públicas, es decir, a la consolidación de la educación como política de Estado”.
Dentro de América latina, Chile lidera la lista de las naciones donde menos permanencia tiene en su cargo un ministro educativo, seguida por Perú y en tercer orden por Argentina.
“Si bien la mayor duración de un ministro en el cargo no es garantía de mejores resultados educativos, sí resulta una condición favorable para implementar reformas y sostener la continuidad de las políticas”, evaluó Ignacio Ibarzábal, director ejecutivo del Observatorio Argentinos por la Educación.
Argentina tuvo 18 ministros de Educación desde 1983
El promedio de 1,9 años como ministro de Educación es superior al de sus pares de Economía, Defensa y Salud, pero inferior al de los titulares de los ministerios de Relaciones Exteriores y de Justicia, que duraron, en promedio, 2,3 años.
Las presidencias con mayor rotación de ministros fueron la de Raúl Alfonsín (4 ministros en 5 años y medio) y la de Fernando De la Rúa (3 ministros en 2 años).
En el período democrático solo hubo dos mujeres en el cargo: Susana Decibe (1996-1999) y Graciela Giannettasio (2002-2003).
El ministro de mayor permanencia en el cargo fue Alberto Sileoni (julio de 2009 – diciembre de 2015), con 6 años y medio de gestión.
¿Qué nombre le ponemos?
Entre 1983 y 2018, el Ministerio de Educación –que actualmente incluye también las carteras de Cultura, Ciencia y Tecnología– cambió de denominación 7 veces.
“Las reformas educativas requieren de un liderazgo persistente y por lo tanto la duración de los ministros puede verse como una condición necesaria para llevar adelante reformas”, planteó Ariel Fiszbein, director del Programa de Educación para el Diálogo Interamericano.
De acuerdo al analista, “la duración por sí sola puede ser solamente un síntoma de inercia en la política educativa y no de cambio que se sostiene en el tiempo”.
“El tiempo es un factor importante. Habría que poner también en la balanza con qué herramientas de gestión cuentan los ministros de Educación en relación con otros ministros, por ejemplo comparar la calidad de la información para tomar decisiones, o la existencia de normativa que los habilite a cambios fuertes”, advirtió por su parte Inés Aguerrondo, socióloga especialista en educación.
Y puso especial énfasis en subrayar la importancia de trazar un plan a largo plazo, que esté por encima de cualquier mandatario o titular de cartera de turno. “Sería bueno que, si la educación no es una política de Estado, fuera por lo menos una ‘politica de gestión’: o sea, que el Presidente respectivo se comprometiera de tal manera que su política educativa no cambie porque cambia el ministro”.