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LAS FUERZAS ARMADAS NUEVO PARADIGMA ; Por el Cnl (R) VG JOSE MARTINIANO DUARTE

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Es notable la cantidad de especialistas en Defensa que han aparecido últimamente a raíz de la sanción del decreto 683/2018. La mayoría parece desconocer que en estos últimos años los conceptos guerra y fuerzas armadas han cambiado y les es difícil discernir entre aquello que cambia de lo que es permanente. No es este el lugar para hacer una detallada descripción de lo que significa hoy la guerra, pero creo oportuno hacer algunas aclaraciones que permitan comprender mejor el tema.

La guerra, entendida como un evento masivo que decidía, en un acto más o menos extenso, la suerte de un conflicto, ya no existe, es cosa del pasado. El nuevo paradigma de la guerra es “la guerra entre la gente”, una modalidad de lucha en la que toda la gente —en sus casas, en la calle, en la zona rural— es partícipe del conflicto armado; todos y cada uno de los habitantes del territorio son actores de esta nueva guerra.

Esta cruda realidad es la que describe el general Rupert Smith en su libro La Utilidad de la Fuerza (The Utility of Force). Y esta es la modalidad de guerra que hemos visto en los últimos conflictos de finales del siglo XX y comienzos del XXI: Irak, Afganistán, Congo, la Primavera Árabe (Túnez, Egipto, Libia, Siria), Palestina, Crimea… la lista puede ser más extensa.

Este cambio de paradigma no es cosa que debamos subestimar, porque el dilema crucial que enfrentan los países y las fuerzas armadas que deben afrontar este tipo de guerra es: “¿Entre qué gente tendré que luchar?”.

Si es entre la gente del otro, como les ocurre a las grandes potencias, a pesar de los problemas de toda lucha cruenta, solo deben preocuparse para que los llamados “daños colaterales” no sean tantos que lleguen a perjudicar su legitimidad ante la comunidad internacional; y por la duración del conflicto, que puede arrasar el presupuesto previsto.

Pero si la gente entre la que se ha de luchar es nuestra gente, como seguramente ocurriría en nuestro caso, el tema se complica dramáticamente. A los daños, del tipo que sean, ya no podremos llamarlos “colaterales”. Por eso, lo que más nos conviene desde todo punto de vista es tratar de evitar esa lucha por todos los medios.

Y la mejor y única manera de hacerlo es disuadir qué significa esto. Es hacer que el otro desista de emplear cualquier forma de agresión. Disuadir significa que el otro entienda que le va a ser muy duro y, sobre todo caro, enfrentarnos. Disuadir significa que estamos dispuestos a decir algo sobre las condiciones de la paz. Y para ello, debemos tener fuerzas armadas preparadas, capacitadas y con la moral bien alta para enfrentar cualquier agresión abierta o encubierta.

Las condiciones de la paz

He hablado sobre las condiciones de la paz, y creo que sobre eso tengo que dar una explicación. Poder decir algo sobre las condiciones de la paz puede hacer la diferencia entre independencia y sumisión. Cuando nos hablan de paz, la pregunta que surge es: ¿bajo qué condiciones?

La historia nos demuestra que en este mundo, donde las naciones no tienen amigos ni enemigos sino intereses, no alcanza con ser justos y saberse buenos y nobles; además, hay que ser capaces de imponer condiciones y, si no todas, al menos alguna. Poder formular las condiciones de la paz, introducir alguna cláusula o requisito puede significar la diferencia entre la libertad y la esclavitud; entre la dignidad y la humillación.

Por eso la renuncia al uso de la fuerza solo es un recurso eficaz, paradójicamente, para aquel que ha vencido, aquel que se impuso por la fuerza. Solo aquel que ha logrado imponer las condiciones de la paz puede sacar ventaja de renunciar al uso de la fuerza. Esto mismo, hecho desde la debilidad, por una actitud principista o ideológica, es hoy tan peligroso como siempre. Se renuncia al uso de la fuerza ante un aliado estratégico, pero es una insensatez hacerlo ante un usurpador, un violador de tratados internacionales o ante quien no reconoce un reclamo justo y soberano.

Las Fuerzas Armadas no sirven únicamente para hacer la guerra. Son la ultima ratio, la última razón o argumento del Estado nacional. Significa que este se garantiza el monopolio de la fuerza para evitar que cualquiera, desde afuera o adentro, se haga con el poder legítimo. Un Estado que carezca de esa ultima ratio podrá convertirse de un día para el otro en un Estado fallido.

Un Estado fallido es el que sufre de pérdida de control físico de su territorio, cuando sus espacios son depredados sin control; cuando es incapaz de mantener el monopolio del uso de la fuerza, se erosiona la autoridad legítima y es incapaz de suministrar servicios básicos a sus habitantes. Esto, finalmente, lo vuelve inepto para interactuar con otros Estados y como miembro pleno de la comunidad internacional.

Lamentablemente nos hemos dejado enamorar con eslóganes repetidos hasta el cansancio por políticos que desconocen el significado de la palabra “defensa”. Como aquel que reza que la Argentina no tiene hipótesis de conflicto. Hay una sola manera de que un país, una empresa o cualquier organización no tenga hipótesis de conflicto y es la de no tener objetivo. Nuestro país es el octavo territorio del planeta. Con semejante extensión apenas poblada no necesitamos de un enemigo concreto, nuestros intereses vitales, que se traducen en objetivos nacionales, nos imponen imaginarnos escenarios futuros conflictivos.

La misión específica

Hemos llegado a un estado de cosas en que no se confía en la policía, que es la que debería estar en la calle; en Puerto Madero, Recoleta y el Conurbano bonaerense. Por eso se saca a la Gendarmería y a la Prefectura de las fronteras y se las reutiliza como policía. A raíz de esto, ahora necesitamos a las Fuerzas Armadas para reemplazar a esas fuerzas de seguridad en sus funciones específicas.

Y la policía no es confiable porque se ha corrompido por diversas causas. La principal es la corrupción política que le exige recaudar y que no le paga sueldos dignos; que los humilla y degrada cada vez que puede. Y el desmanejo judicial, que deja en libertad al delincuente y condena con mano de hierro al servidor público.

Esto hace que nos preguntemos cuánto tiempo falta para que la Gendarmería y la Prefectura se conviertan en la “maldita policía”. El tiempo que tarden en corromperse, porque la política y la sociedad no han cambiado su mirada hacia las fuerzas. Y siguiendo esa manera de razonar podemos preguntarnos, también, cuánto tiempo tardarían en corromperse las Fuerzas Armadas, si además de ser expuestas ahora a la lucha contra el delito organizado, siguen siendo maltratadas, humilladas y mal pagas.

Han perdido capacidades a causa de no tener presupuesto y de una larga campaña de desprestigio que se fue sosteniendo desde el propio Estado y los organismos de derechos humanos. ¿Qué se necesita para recuperar capacidades? Dinero para el reequipamiento, tiempo de capacitación y respeto.

A pesar de ello, nuestras Fuerzas Armadas cuentan con excelente material humano y nivel de educación. Son uno de los grupos humanos, dentro del País, con mayor preparación en idiomas y en el uso de la informática.

Para mi tranquilidad y la de todos, quiero decirles que las Fuerzas Armadas muy difícilmente se involucren en ese juego. Sus integrantes van a resistir ser sacados de su misión específica. Porque creen en la utilidad de esa misión y porque tienen vocación de soldados, no de policías.

Sin el marco legal correspondiente ni reglas de empeñamiento claras, las órdenes que se den para cumplir esas nuevas funciones, que se desprenden del nuevo decreto, no se pueden impartir. Y si, así y todo, alguien las impartiese, no habrá quien las cumpla. Hoy, los soldados de todas las jerarquías, tienen esto muy en claro. Y no van a exigir cualquier marco legal, van a reclamar uno que sea debatido y aprobado por el Parlamento y con órdenes firmadas desde el más alto nivel de la conducción del Estado.

Los militares sospechan que aparecerá dinero sin límite del narcoterrorismo, el contrabando y del juego clandestino para financiar las denuncias, el armado de causas y los juicios contra ellos y los policías que se atrevan a combatirlos.

El autor es coronel (R) del Ejército, veterano de guerra de Malvinas, oficial de Estado Mayor y licenciado en Estrategia y Organización.

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