Ayrton Michael Viollaz es uno de los diez detenidos por el crimen barbárico de Fernando Báez Sosa, acusado de ser un partícipe necesario. Vivió los últimos 20 años de su vida en una casa estrecha sobre una calle de tierra en el Barrio Mitre de Zárate, una zona de clase obrera cerca de la avenida Antártida Argentina, donde los perros que vienen y te ladran son flacos o tienen sarna y hay techos de chapa a la vista, el hijo de un trabajador de una planta de la zona. Su hermano Tobías salió en la tele a defenderlo, el único familiar de los diez detenidos que mostró su cara en un medio. “Capaz que le pegaron, pero no se dieron cuenta de que lo habían matado”, especuló. Tobías no volvió a dar una entrevista. Nadie atiende en la casa ante los aplausos.
Los vecinos en sus motos hablan de la “junta con la que andaba, los pibes esos”. Recuerdan las previas con motos en las veredas, la música fuerte y las juntadas para salir al boliche. Recuerdan a los Pertossi, a los tres detenidos por el caso, Ciro, acusado de ser el autor material, a Luciano y Lucas Fidel, imputados por participación necesaria como Ayrton.
Los Pertossi son de larga data en Zárate, algunos en la ciudad hablan de antecedentes de violencia en la familia, de “sentarse a escabiar y romper botellas”, del hábito de pelear, de tenerlo metido en la sangre: la abuela de los tres Pertossi detenidos vive en el San Jacinto, otro barrio de clase obrera, a cinco cuadras del Barrio Mitre, en una casa baja y vieja frente a una zanja, menciona cuando le preguntan a “un tío de los chicos”, preso por un delito que la abuela no quiere especificar.
Máximo Thomsen es el otro acusado de matar a patadas a Fernando mientras los otros lo vivaban. Su casa es la más vistosa en su cuadra en Villa Fox, otro barrio de Zárate: lo primero que ven los Thomsen cuando abren sus persianas son los vidrios rotos incrustados sobre los paredones de la cancha de Defensores Unidos para que los intrusos no se trepen. Los vecinos lo recuerdan a Máximo lavando su autito con una manguera, sin darse con nadie, frente a una cancha del ascenso. Jugaba en el CASI de San Isidro, a más de cien kilómetros de su casa, uno de los clubes más tradicionales de la Argentina: el club decidió suspenderlo ayer por la tarde, lo anunció con un comunicado.
Todos ellos jugaban o jugaron en algún punto en el Arsenal Náutico, el único club de rugby en Zárate. Los Pertossi, dice su abuela, “jugaban desde los cinco años”. Anunciaban sus vacaciones en Villa Gesell en sus redes sociales para ir a romper “todo lo que no rompimos el año pasado”. La madre de uno de ellos en particular no quería que vaya, pero terminó aceptando porque la hermandad era más fuerte.
A Fernando Báez Sosa, precisamente, lo mató ese sentido extraño de la hermandad.
No tienen causas previas, al menos no en su zona, o en los registros del Ministerio de Seguridad bonaerense. En la fiscalía general de Campana con jurisdicción en la zona no figuran causas que los involucren, apenas expedientes por tenencia simple de marihuana que fueron archivados. La explicación es sencilla: los rugbiers, para empezar, nunca fueron denunciados.
Llegó a oídos de investigadores judiciales, por otra parte, que “estos pibes armaban quilombo a la noche”, según reveló una figura de peso en la zona. Otros en Zárate que los conocen dicen lo mismo, de “noches de ir a pudrirla” a la disco Apsara, una de las principales de la ciudad. “Constantemente”, agrega un chico local que los conoce: “Aparecía un problema por una chica y ya empezaba. No es por el alcohol. No me parece. A veces ni siquiera tomaban”.
Hay una cultura local que los ampara: los chicos que terminan la adolescencia en la zona no se denuncian entre sí en la comisaría por golpearse, no está bien visto. Por otra parte, el Código Penal castiga las lesiones, pero no el acto de golpear. Las guerras entre los chicos no son por camisetas, no son tribales, como eran las guerras entre punks y neonazis. Hay un elemento de clase en algunos casos, decirle “chetito” a uno que pasa, o discriminar a un chico por ir a un colegio con números en su nombre en vez del de un santo católico, u otras como ocurrió en Le Brique, en Gesell, donde mataron a Báez Sosa por un trago volcado en una camisa, nada que no se arregle con una tintorería o un lavarropas.
Salir a pelear es solo una parte del problema. Una trompada en la cara es humillación inmediata, una víctima rápida, de ocasión. Pero, al fin y al cabo, el bullying es mucho más tentador para una patota de matones: la víctima de su acoso es para toda la vida.
Pablo Ventura dijo que no tenía odio en el corazón cuando salió en la noche del martes de la DDI de Villa Gesell tras cuatro días de celda, luego de que el juez Diego Mancinelli le dictara la falta de mérito luego de acusarlo de ser un partícipe necesario de la muerte de Fernando. Los rugbiers lo implicaron cuando la Bonaerense entró a la casa que alquilaban para detenerlos. Un policía preguntó por una zapatilla. Los rugbiers lo señalaron a Pablo y horas después lo arrestaban a Ventura en Zárate, a 500 kilómetros. Su padre, José María, y su abogado lograron liberarlo, llevaron videos, testigos, pruebas médicas. Al final, para la Justicia fue obvio.
“Con uno de ellos tuvo un altercado hace años cuando eran muy chicos”, explicó Ventura padre sobre los motivos por los que podrían haberlo acusado por el homicidio de Fernando. “No comprendemos el bullying. Estos chicos cuando los detuvieron no sabían que habían asesinado a otro joven y largaron ‘Pablo Ventura’ como lo hicieron en otros momentos”. El padre agregó: “No sé si es porque hay mucha pica entre remo y rugby. Viene por ese lado seguramente pero es una pavada. Es una locura llegar a este extremo. Que Dios los ayude porque la malicia que han tenido con nuestra familia es increíble”. Ventura salió mareado de la DDI, tomándose la cabeza ante las cámaras y los flashes con su padre que lo contenía, un chico al que habían arruinado.
Pablo practica remo en el club Náutico: queda justo enfrente del club de rugby en el cruce de Belgrano y Rivadavia, cerca del río. Pero otros en Zárate dicen que esa pica no existe, que no está institucionalizada, que a Pablo “lo tenían de punto”, simplemente por ser “un nene re bueno”, porque sus dos metros de estatura no eran intimidantes, porque no tenía actitud de malo ni se metía con nadie, “un buenazo” que jugaba a la computadora.
Pablo lo niega en entrevistas, dice que a los diez que lo acusaron de ser cómplice de matar solo los conoce de vista, que no tiene problemas con nadie. Pero en Zárate, entre amigos del secundario al que asistió, entre los chicos que van a los boliches y a las fiestas en quintas, se habla de otra cosa. “Lo tenían de punto, sabelo”, dice uno de ellos. Los diez no usaban insultos denigrantes o golpes, no era un abuso de patio de colegio. Pablo era otra cosa para ellos, un chiste recurrente, un hazmerreír.
Un amigo histórico del joven que pidió mantener en reserva su identidad asegura: “Quizás Pablo ni se daba cuenta. Quizá nunca tuvo un amigo que lo ponga pillo y le diga que se estaban burlando de él. Llegaba a las fiestas y le decían: ‘Mirá quién vino, el más capo, el más fachero’. Después se daban vuelta y decían que era un pelotudo. Él nunca reaccionaba, quizás pensaba que se lo decían de buena onda, pero no: lo estaban delirando”.
Algunos hablan de hacerle pagar una ronda de cerveza, de hacerle comprar entradas. “Se abusaban de que tenía auto y plata. Lo agarraban de ‘buenudo’ y se pasaban de vivos. El chabón es demasiado generoso”. Entre los diez detenidos, el amigo menciona a uno en particular: Enzo Comelli, de 19 años.
Ayer por la tarde, los padres de los rugbiers pudieron verlos por primera vez en las comisarías de Villa Gesell y Pinamar en las que están detenidos. Ventura regresó a un hotel junto a su padre. No volverá a su casa con jardín al frente donde espera su mamá, Marisa. Participa hoy de las ruedas de reconocimiento. Seis amigos de Fernando tienen la tarea de marcar como testigos a los que participaron de la golpiza, y a quienes lo mataron a golpes.
Las comisarías son apenas un lugar de paso para los diez de Arsenal Náutico: los fiscales del caso ya pidieron que vayan a la cárcel. El Servicio Penitenciario Bonaerense recibió la orden esta semana. El penal de Dolores, el más cercano para ellos y el más sobrepoblado de la provincia, tiene altas chances de recibirlos.