A lo largo de su historia, la filosofía no pudo escapar a una pregunta constante: ¿para qué sirve?Este cuestionamiento lo sufren a diario quienes se dedican a ella, pero es también una incógnita interna que desveló a hombres y mujeres intentando encontrarle una respuesta. Claro que preguntar esto implica naturalmente cuestionar la necesidad de una utilidad en esta disciplina, ya sea para denunciar que su existencia es en vano o para defender que la filosofía pertenece a un plano superior que lo meramente pragmático.
Así pues encontramos un abanico de respuestas que no pudieron ni podrán terminar de resolver semejante cuestión. De esta manera hay quienes sostienen que la filosofía sirve para despertar conciencia, para transformar la realidad o para prepararnos para la muerte. Asimismo están quienes afirman que, en realidad, la filosofía es un saber inútil y allí radica su potencia: en señalar con su existencia que no todo tiene que tener un fin ulterior, que ella vale por su ejercicio en sí mismo sin la urgencia de tener que obtener algo más.
Ahora bien, en tiempos donde la eficacia y los resultados se volvieron parámetros para valorar todo, podemos entender por qué no nos cuaja demasiado bien la idea de un campo que pretende no servir en términos de utilidad. Si todo tiene que servir para algo, si los entes cobran sentido por lo que son capaces de servirnos, todo lo que se oponga a esto no habrá de tener derecho a ser.
Por consiguiente, podríamos pensar que vivimos en el marco de una ideología que sólo le da lugar a aquello que tiene un fin específico, a aquello que es útil. Es más, hasta podríamos sostener que esta ideología se volcó ncluso al plano de cosas que originariamente no tienen una utilidad intrínseca. ¿Sirve para algo la naturaleza? Aunque esta pregunta pueda resultar absurda, es fácil ver cómo la humanidad estableció con el mundo una relación de utilidad:extrae de él aquello que le sirve para sobrevivir.
Para qué sirve un huracán o una bacteria es una forma de pregunta totalmente irrelevante para el huracán o la bacteria pero que, paradójicamente, es posible de responder con cierta eficacia para satisfacer nuestra curiosidad. Gracias a los huracanes, empresas privadas generan ganancias mediante la reconstrucción de los arrasado; gracias a las bacterias, los laboratorios pueden obtener millones de dólares encontrando una forma de controlarlas o exterminarlas.
¿No vemos un problema en esto? Encontrar utilidad en el desastre ¿es una forma de minimizar la angustia ante lo insoslayable o es una manera de perjudicarnos entre nosotros? Formular una pregunta absurda y encontrar una pregunta coherente es un conflicto que nos pone frente a frente con el modelo de vida que contruimos los humanos. Percibir todo bajo la lógica del resultado, la ganancia y la utilidad logra que establezcamos un único modo de pensar y de actuar, negando toda posibilidad a lo diferente, a lo extraño.
Por supuesto que al huracán Florence o al streptococcus pyogenes poco les importa qué pensemos de ellos por la obviedad manifiesta de no tener conciencia, voluntad ni intencionalidad. Por lo tanto no se trata de cómo emergen ante nosotros (sí claro de cómo podemos minimizar los riesgos que nos suponen) si no de cómo es que en nuestro afán de dominación buscamos torcer la fragilidad humana pretendiendo un rédito de aquello a lo que le tememos.
Tal vez preguntas como “¿por qué le tememos a estos fenómenos?” o “¿por qué tienen tanta relevancia en nuestras vidas?” sean mucho más pertinentes que para qué sirven, no obstante si queremos pensar que la filosofía también tiene alguna utilidad y esta es la de hacernos más conscientes de la realidad en que vivimos, quizás cuestionar los caminos en que otorgamos sentido al mundo sea una gran manera de aprovechar lo que tiene para darnos.