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Sociedad

“Éste es un mundo de solteros”

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En su último libro indaga de qué manera viven los varones el amor en tiempos modernos.

El destacado doctor en Psicología y en Filosofía por la UBA Luciano Lutereau cierra una trilogía con su nuevo libro El fin de la masculinidad (Editorial Paidós). Una trilogía que empezó con Más crianza, menos terapia (donde aborda el tema de la niñez y el análisis) y siguió con Esos raros adolescentes nuevos, que lo dedicó a analizar la juventud. En su nueva publicación, se puede conocer cómo viven los varones el amor en tiempos modernos. Pero este psicoanalista aborda muchos temas más: los prejuicios masculinos, la actitud de “soltero”, la falsa dicotomía entre masculino y femenino, la relación entre psicoanálisis y género (“El psicoanálisis no puede ser el mismo después del auge del feminismo”, plantea el autor), la nueva misoginia, la “incompatibilidad” entre amor y masculinidad, la mirada sobre el considerado “hombre perfecto” que puede ser, en realidad, un “varón disociado”, la dificultad de los varones de no llevarse bien con la palabra de amor porque la masculinidad no prepara al varón para estar enamorado, el analista varón con pacientes varones, entre muchos otros temas. “Después de un libro dedicado a la infancia y otro libro dedicado a los jóvenes, ahora éste está dedicado a la adultez, a los problemas de la adultez y a la adultez como problema”, señala Lutereau en diálogo con Página/12. “También porque hay un punto en que este libro tiene cierta crisis de los valores propios de la adultez. Lo que plantea –al final, sobre todo– es una progresiva disolución de los modos de vida considerados hasta hace un tiempo adultos”, agrega el autor que también dedica un capítulo a analizar lo masculino en cuatro películas.

–¿Por qué ser soltero es más bien una actitud psíquica?

–Lo que planteo tiene que ver con pensar la soltería no como una cuestión de estado civil sino como modo de relación con el otro. En este punto, el soltero es aquel que se desentiende de que algo del otro lo pueda marcar o tocar, que algo del otro le pueda imponer algún tipo de compromiso o restricción, o que en última instancia lo confronte con un acto. Eso lleva a algo muy propio de nuestra época. Por eso digo que éste es un mundo de solteros, en la medida en que el soltero es el que todo el tiempo se remite a sí mismo como instancia de referencia. De criticar o de repensar la necesidad de validación del otro pasamos a una instancia en la cual nada del otro me tiene que tocar, nada del otro me tiene que representar algún tipo de conflicto. Y esto es algo que marca una diferencia central con la época freudiana, en la medida en que todos los pacientes de Freud sufren por su relación con el otro, sufren por aquello que el otro espera de ellos, ya sea en términos de ideales; sufren por lo que el otro espera de ellos, ya sea por el deseo. El deseo es algo que nos pone en relación con otros. Sufren también por la relación con el otro. En el psicoanálisis freudiano sufrir por la relación con el otro es, en última instancia, estar determinado por un conflicto que exige algún tipo de toma de posición o renuncia que es equivalente a algún tipo de crecimiento. Nuestra época ya destituyó el conflicto en la relación con el otro o que el otro implique algún tipo de conflicto.

–¿Qué diferencias plantea entre masculinidad y virilidad?

–Ahí hay distintos prejuicios que, incluso, fueron muy fecundos en psicoanálisis. En psicoanálisis, la cuestión de la feminidad despertó muchísimas más preguntas. De hecho, los libros dedicados a lo femenino son muchísimos. Siempre se publicó más sobre el tema de las mujeres que sobre la cuestión de los varones. Dos prejuicios básicos del psicoanálisis en torno a lo masculino son, por un lado, hacer equivalentes a masculino y fálico, como si todo lo masculino fuese fálico, sin tener en cuenta un conflicto que Freud ubicó como muy importante en la masculinidad que es la posición pasiva o la pasividad en los varones. Y, en segundo lugar, la confusión entre lo viril y lo masculino, donde justamente lo viril tiene que ver con el modo en que un varón atraviesa el conflicto de pasividad en la relación con su propio padre. La virilidad tiene, en un primer momento, una fuente reactiva, defensiva: todo varón se viriliza para no ser pasivo. Ahora, la pregunta es si la única de manera de atravesar los conflictos masculinos que mencioné antes es con una virilidad reactiva o no.

–¿Por qué los varones necesitan demostrar la masculinidad?

–Porque no es algo que se desprenda anatómicamente, biológicamente. Como toda posición subjetiva necesita, de alguna forma, consolidarse a través de ciertos actos. Actos que, por lo general, son sintomáticos o actos que logran evitar el rodeo sintomático, pero no por eso dejan de implicar algún tropiezo. En ese sentido, esto es la manera de decir que no se trata de pensar lo masculino en términos de identidad o de una esencia. Primero, no se trata de pensarlo como algo natural. Segundo, no se trata de pensarlo como algo esencial. Y, en tercer lugar, tampoco como una identidad, al menos para el psicoanálisis. Lo masculino tiene que ver fundamentalmente con los conflictos o con tipos de conflictos. El psicoanálisis piensa en términos de posiciones relativas a conflictos que implican algún tipo de división, de desgarramiento íntimo, de transición de una posición a otra. En ese sentido, también se puede entender por qué desde el punto de vista del psicoanálisis, cuando decimos “masculino” no es lo mismo que por ahí cuando habla alguien del campo de la sociología o de otra orientación.

–Menciona el tema de las fantasías de impotencia en el hombre actual. ¿Cómo funciona esto en el caso de la violencia como recurso de impotente?

–La impotencia como síntoma masculino es hoy en día uno de los motivos de consulta más frecuentes. En principio, se trata de una impotencia que no tiene que ver con causas orgánicas. Y habría que distinguir dos tipos de impotencia. Una es la impotencia que tiene que ver con la infidencia del deseo, que muestra claramente cómo para un varón el deseo es algo que pone en cuestión su potencia. Dicho de otra forma: el varón no es potente cuando desea. La mayor cantidad de situaciones que cuentan los varones en análisis cuando se encuentran con alguien que no encarna para ellos el desafío del deseo es que pierden la erección. Como potente un varón no es deseante. Ahora, otro tipo de impotencia es la impotencia por una insuficiente libidinización de una posición masculina. Si en el primer caso la impotencia es efecto de la excitación, en el segundo caso es por efecto de la falta de excitación por algo que no se termina de consolidar. Freud habló principalmente del primer tipo de impotencia. Hoy en día, nosotros podemos agregar ese segundo tipo de impotencia que tiene que ver con algo muy propio de nuestra época, que es la creciente deserotización. Por ejemplo, podemos encontrar que, entre los jóvenes, una fase exploratoria basada en la masturbación empezó a desaparecer. Para muchos varones es más importante la conquista y la seducción antes que la realización de un deseo. Una de las ideas que trabajo en el libro es cómo una de las formas de la impotencia actual es la del seductor. La posición de seductor como consolidación en el varón está más cerca de la impotencia que de un varón deseante.

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