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Sociedad

En primera persona: Sobreviví al último primer día (UPD) del secundario de mi hija: crónica de una madrugada interminable

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Una cronista de Clarín cuenta su experiencia como madre ante un ritual cada vez más arraigado entre los alumnos que comienzan quinto año.

Ocho de la mañana en punto. Lo que se suponía era el cosquilleo en la panza por el ingreso de mi hija a un nuevo ciclo escolar, esta vez y por el antojadizo UPD (Último Primer Día) del secundario, la ceremonia duró 12 horas y pareció interminable.

Mi hija Avril (con esa “v” que en el hemisferio norte significa comienzo de primavera) nos contó una semana atrás que iría con sus compañeros y casi toda la promoción a la fiesta previa al quinto año. “Nada pasará”, fueron sus cortas palabras.

Con Alejandro, su papá, nos empezamos a preguntar si estaba bien dejarla ir. ¿Te has enterado lo que ocurre en esas fiestas? ¿Sos consciente de que podemos ser multados si llega a haber alcohol? ¿Qué necesidad tienen de pasar toda la noche despiertos? Tuvieron casi tres meses de vacaciones, ¿por qué hacer la fiesta el día previo a empezar el colegio? ¿En qué condición llegarán al aula?

La mayoría de las respuestas apuntaban a “mejor que no vaya” o, al menos, “que vaya un rato y vuelva a dormir a casa”.

No estamos convencidos. Arranca el ida y vuelta de mensajes, los cruces en el WhatsApp de mamis, la consulta con otros padres que ya vivieron la misma experiencia y las averiguaciones sobre el sitio donde será el festejo.

El sondeo nos desanima más. “En la fiesta de Clarita, apenas comenzada, alguien avisó al 911 que había menores tomando alcohol. Llegó la policía y ¡todos a sus casas! Los chicos salieron llorando. Habían pagado más de mil pesos la entrada”, me cuenta mi amiga Mercedes. Jura que su hija no tomó.

En la comuna de San Martín, a media hora de casa, el UPD terminó en una fiesta de excesos: 22 chicos llegaron alcoholizados al colegio, llamaron a sus padres, intervino la Justicia de Faltas. Les hicieron un test de alcoholemia y fueron multadas los adultos a pagar hasta 70 mil pesos (de acuerdo al Código Contravencional de Mendoza, los padres son responsables de las acciones de sus hijos menores).

“La preocupación en la que nos tenemos que focalizar es por qué los chicos necesitan alcoholizarse para festejar y eso hay que visibilizarlo para prevenir”, escucho en la radio a un funcionario de la Dirección de Escuelas. Y entonces leo el chat de mamis, a ver si es cierto que “todos iban”. ¡Sí en quinto año aún existen los chats de mamis! Poco sirve, pero siempre nos enteramos de algo más por ese canal.

Las opiniones, de las pocas mamis que comentan, son todas negativas. “Realmente vergonzoso. Mi hija no irá”, dice tajante una de ellas. Otra consulta: “¿Se quedan a dormir en ese salón? El tema es el alcohol”. La siguiente responde: “Nada de salón ni de estar tomando”, como si le hablara al hijo y no a las madres. Y sigue una tercera: “Que llegan borrachos faltando el respeto a la institución y a los profesores…”

El festejo del último primer día (UPD) de clases se difundió mucho entre los alumnos del secundario en los últimos años. (Foto: Juano Tesone, imagen ilustrativa)

El festejo del último primer día (UPD) de clases se difundió mucho entre los alumnos del secundario en los últimos años. (Foto: Juano Tesone, imagen ilustrativa)

Qué hacer. Cómo permitirles vivir un comienzo de año distinto, el último primer día de la secundaria, el que inicia el año que se supone será el más feliz de su vida escolar. Cómo animarlos a disfrutar del fraterno encuentro con sus compañeros, pero a la vez protegerlos y evitar que salgan dañados. Y pienso en el consejo del psicólogo Mauricio Girolamo: “El buen padre fracasa en el intento”.

Mi hija por primera vez en todo el verano no nos pide plata para una salida. Usó sus ahorros sin chistar y cubrió los 250 pesos de la comida (pizzas y papas fritas) y 150 pesos del traslado que costó el UPD.

El festejo implicó varios meses de preparación: un grupo de padres tuvo que firmar el contrato del salón, conseguir el DJ y un catering para la comida. Otros padres se comprometieron a permanecer en la fiesta para que no estuvieran los 120 estudiantes solos. Organizaron postas como guardias de seguridad para acompañar a los chicos en la noche que pasarían en vela.

Con dudas, le dimos permiso. A las 20 del domingo, arranca el operativo en casa. Exactamente 12 horas antes del ingreso al colegio. Suena el timbre. “Vienen amigas y de acá nos vamos al UPD”, nos dice Avril, con los ojos brillosos y una sonrisa que se sale de su cara. Arranco con los consejos: “No vayas a tomar alcohol, no aceptes el vaso de nadie, no te quedes sola afuera del salón, no hables con extraños….”, la docena de recomendaciones que los padres damos aún cuando ya sabemos que están a punto de alcanzar la mayoría de edad.

Las chicas se visten, se maquillan, preparan sus mochilas (con útiles y una muda más de ropa con uniforme escolar) y salen al encuentro de sus compañeros. Mi última recomendación: “No apagues el teléfono y si podes envíame una foto para saber cómo va la fiesta”. Me mira algo odiosa y me sube el pulgar, como asintiendo.

Nos acostamos. El padre se duerme de inmediato, la mayoría de los hombres tienen esa facilidad. Empiezo a recorrer portales de noticias, ya estoy leyendo los de España. Arranco una serie, pero no puedo concentrarme. A la 1.30 AM, abro el WhatsApp y le escribo: ¿Qué onda la fiesta? Ella responde cortito de nuevo: “Re bien el salón”.

Redoblo la apuesta: “¿No tendrás sueño? Avisame cuando esté terminando, que voy a buscarte y volvés a desayunar a casa”

Mi hija: “Ya pagué el desayuno. Después nos llevan en micro al colegio”.

Me duermo unas horas, vuelvo a desvelarme, miro el teléfono. Nadie ha escrito. Pienso si llevarán cinco horas bailando, si hubo algún incidente, pelea, chicos descompuestos por beber alcohol (se supone que estaba prohibido, pero algunos llevaron) y todo lo posible que ocurre en un boliche.

Empieza a amanecer. Escribo por última vez en el WhatsApp de Avi: “Si en el colegio te da sueño o no te sentís bien, puedo ir a buscarte”.

Silencio de 30 minutos. Suena un mensaje. Es un video: “Más de 100 chicos caminan por las veredas de la avenida San Martín, la principal de la ciudad de Mendoza. Son los futuros egresados 2020. Van cantando y saltando, están eufóricos y aparentemente sobrios”. Respiro profundo y leo: “Todo bien mamá, estamos entrando al colegio”.

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