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El resfrío de Brasil es el nuevo culpable del precio del dólar

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Se resfrió Turquía (aunque en realidad fue objeto de un ataque especulativo oficial de Estados Unidos) y las consecuencias se pagaron en Argentina con la depreciación de la moneda y la disparada del riesgo país. Ahora, los inversores temen por la estabilidad política del gobierno de Michel Temer (el temor es al liderazgo del PT en las encuestas de intención de voto para las elecciones presidenciales) y otra vez las consecuencias pegan en la moneda y el riesgo país argentino. Algo parecido sucedía en la década del ’90, con la crisis del tequila o la crisis del vodka o las otras crisis que daban la vuela al mundo y terminaban en la City porteña.

En todos los casos, dos décadas atrás o ahora, las crisis tienen un origen común: el temor del mercado a que un país en particular, y por asociación todos los países en las mismas condiciones, deje de tener capacidad de afrontar los pagos de servicios de la deuda e ingrese en default.

Entre que se presume la existencia del problema y la resolución final (Argentina fue el único país que terminó en el default) se lleva adelante un brutal proceso de ajuste de la economía que intente ganar otra vez la confianza de los mercados. Cuanto más profundo es el ajuste, mayor es la transferencia de recursos hacia los sectores más concentrados de la economía. Básicamente, es una transferencia de abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera: al final del proceso, los sectores populares se empobrecen y la riqueza de un país termina en paraísos fiscales que responden en última instancia a potencias tradicionales, como Estados Unidos y gran Bretaña que concentran la mayoría de los “territorios oscuros” como verdaderamente son.

El fin del proceso de ajuste llega, siempre supervisado por el Fondo Monetario Internacional, cuando un país puede demostrar su solvencia, es decir no tiene necesidad de endeudarse. Entonces, empiezan las maniobras para volver a endeudarlo.

El presidente Mauricio Macri reconoció este proceso en las declaraciones que formuló el fin de semana a un programa de la cadena CNN: “Tenemos que volver a ganar la confianza de los mercados”, dijo. En general, los presidentes (los políticos en forma amplia) buscan ganarse la confianza de los votantes, pero no es el caso de lo que sucede hoy en Argentina.

Brasil atraviesa un período de inestabilidad institucional que arrancó con el lava jato y el juicio político a Dilma Rousseff. En ningún caso se logró demostrar hechos de corrupción ella ni a Lula Da Silva. Aún así uno está preso y la otra destituida ilegítimamente.

El brutal ajuste de la economía que llevó adelante Temer lo dejó sin ninguna posibilidad de presentarse a elecciones. Y en la misma proporción que crece Lula en la intención de voto crece el temor de los inversores. Solo recuperarán la confianza (y seguramente no toda) si la Justicia impide a Lula ser candidato y las encuestas empiezan a dudar de un triunfo del Partido de los Trabajadores.

Cuando todo el proceso arrancó en Brasil nadie creía que Lula podía ir preso o Dilma ser destituida. De la misma manera que nadie cree hoy que le puedan quitar los fueros a la ex presidenta Cristina Kirchner y detenerla solo por una historia construida a partir de fotocopias de un cuaderno.

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