Alfred Nobel (1833-1896) se hizo millonario con sus inventos, pero atormentado por las consecuencias del más famoso, la dinamita, legó su fortuna para crear unos premios que reconocieran logros en los campos del conocimiento, las letras y la lucha por la paz.
Según el testamento, dejaba un capital de 31,5 millones de coronas suecas, que equivaldría, si se tiene en cuenta la inflación, a unos 2.200 millones de coronas suecas actuales (unos 203 millones de euros, 222 millones de dólares). Los intereses debían repartirse cada año entre quienes en el transcurso del año anterior hubiesen llevado a cabo “el mayor beneficio a la humanidad”.
Desde 1974, los estatutos de la Fundación Nobel estipulan que no se puede otorgar un premio a título póstumo, a menos que la muerte ocurra después del anuncio del nombre del ganador.