¿Dónde está entonces el truco para que estos sean tan baratos? El vicepresidente de la marca indica dos pistas: buscar rentabilidad no en la brecha entre costo-remuneración, sino en el volumen de venta (asegura que se producen dos millones de alfajores por día, de los cuales el 97 por ciento va a mayoristas y el resto a supermercados) y –acaso la clave del éxito– saber pelearle el precio a los proveedores de los productos. Algo clave para una empresa que usa diariamente 25 toneladas de dulce de leche, 20 de harina y 11 de azúcar. “Es más difícil saber comprar que saber vender”, indica Basilotta, repitiendo acaso la fase insignia de todo comerciante que se jacta de su habilidad de negociación.

Una pareja, cuatro hijos y un nieto manejan esta empresa con casi 75 años de antigüedad, 200 empleados y una planta a la que le están por sumar una segunda cerca de Ezeiza. “Compramos ese predio hace cinco años y la queremos abrir el año que viene. La hicimos lentamente porque siempre preferimos invertir los pesos que ganamos antes de salir a pedir un crédito”, dice.

En internet circulan decenas de videos con personas catándolos como si fueran sommeliers. Este fenómeno YouTube no solo cunde en nuestro país sino también en el extranjero. El canal Pilo, por ejemplo, subió uno titulado Paraguayos opinan de alfajores argentinos , que ya superó las 170 mil vistas en una quincena. A cada uno se le da a probar media docena de opciones. La última es justamente el blanco glaseado de Guaymallén. Una chica dice entre risas que “el nombre se parece a un poder de Gokú”. Las calificaciones son amplias y personales: un chico dice que es el peor de los seis que comió, mientras que de costado aparece otro que lo había puntuado con un 10 tirándole uno por la cabeza, en señal de protesta. Tal vez el detalle en ambos caso sea que les faltó algo para completar el examen: entender que, más que una mera golosina o un producto alimenticio, el Guaymallén es un hecho cultural del folclore argento.