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Cartas, llantos y aislamiento: así viven en la cárcel los diez rugbiers acusados por el crimen de Fernando Báez

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Juegan al truco, rechazan la comida y casi no salen al patio. Tienen una rutina diferente a la del resto de los detenidos.

Habrán visto a sus hijos conmovidos, atravesados por la experiencia carcelaria. Y salieron devastados. Esa fue la imagen que se vio el jueves por la tarde, bajo la lluvia torrencial, en las afueras del penal de Dolores​: los padres de los diez rugbiers imputados por la muerte de Fernando Báez Sosa en una nueva visita a la cárcel.

Un encuentro con sus hijos que les removió más el dolor y los puso una vez más frente a la dura realidad. Trascendió, de fuentes internas, que en esas charlas intramuros los acusados manifestaron su angustia, que lloraron abrazados y compartieron la comida preparada especialmente en Zárate​ y llevada en bolsos refrigerantes hasta allí. Fue un espacio de tiempo detenido, en medio del tedio y la continuidad agobiante de los días de encierro.

¿Cómo es esa vida, tras diez días en una de las cárceles más superpobladas de Buenos Aires? Los rugbiers acusados por el crimen de Fernando Baéz Sosa están aislados del resto de la población carcelaria del penal de Dolores. No tienen contacto con los presos más peligrosos, esos que gritan desde sus pabellones “¿Dónde están los rugby?” o “¿Cuándo vienen los rugbis (sic)?”. Es probable que nunca se crucen con esos detenidos porque los diez jóvenes serían trasladados al pena del Campana una vez que todo el proceso quede firme. Una normativa judicial indica que debe ser respetado el principio de arraigo para que los detenidos estén cerca de sus familiares y amigos. Campana, por esa razón, asoma como la opción más razonable ante una eventual detención definitiva.

La segunda visita de los familiares de los rugbiers detenidos en el penal Dolores. Foto: Fernando de la Orden.

La segunda visita de los familiares de los rugbiers detenidos en el penal Dolores. Foto: Fernando de la Orden.

Mientras tanto, durante el día juegan a las cartas en las celdas y hablan entre ellos. Cerrados, como en un scrum. No parece haber una fractura entre ellos, pero sí momentos en que unos se desmoronan y otros los sostienen. Según fuentes consultadas, “están solos y asustados”.

“Por momentos no caen en que están en una cárcel; pero por la noche, algunos lloran”, aseguran. Todos los días, cuando asoma la luz, empiezan con sus rutinas. A menudo, son visitados por médicos y psicólogos del Servicio Penitenciario. Según fuentes internas: “Los cuidan en lugar de tratarlos como a cualquier preso, tienen un trato diferencial”. Eso explicar, por ejemplo, que la última visita que los padres hicieron haya sido el jueves después de las 17, en un horario distinto al del resto de los internos.

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