Héctor Daer, jefe de la CGT, sindicalista que lo conoce mucho y bien, lo visitó el jueves y fueron a almorzar con Santiago Cafiero, el dirigente que Fernández sienta a su lado en las cumbres de peso y al que delegó coordinar la transición.
Fue una charla tranquila, casi una deuda del electo porque Daer cumplió años el miércoles, hizo una fiesta con presencia nutrida pero Fernández no fue. Lo compensó con el almuerzo del jueves.
El sindicalista le contó que el 8 de noviembre habrá un encuentro de secretarios generales en CGT y lo invitó. Fernández se comprometió a asistir. Es una de las actividades que tiene programadas para después de su viaje a México.
Laten, como en todos lados, los pulseos por nombres y lugares. Hace tiempo el jefe sindical sabe, y no fue necesario que Fernández se lo diga, que el ministro de Trabajo no será un hombre de la CGT. Alberto no tira nombres y hasta se molesta si le insisten.
Rastrea, incluso, “operaciones” sobre nombres y cargos. Sonó Claudio Moroni, amigo del electo, que integra los equipos técnicos.
“Moroni no es pero podría ser” es la poesía, evasiva, cuando surge la pregunta. Traducción posible: no están definitivos los nombres. “O puede ser Nico Trotta”, mencionan en México.
Fernández, cuando lo quieren exprimir y sacarle definiciones, asegura que dilatará todo lo posible las definiciones porque apenas tire algún nombre “lo van a fusilar”. La explicación es que no quiere que desgastar a funcionarios antes de que asuman.
En México citan un caso: apenas Vilma Ibarra apareció en la grilla de coordinadores de la transición, se hizo una radiografía sobre el personaje.