El recorte que ejerce el periodismo sobre la realidad, y principalmente cuando se abordan aquellos temas trascendentes que suelen interrumpir la irremediable cotidianeidad, es tan insolente como inevitable. Asumir que es una observación parcial y en ocasiones caprichosa no le otorga ningún mérito, sólo tranquiliza a quienes lo ejercemos. Es la dosis de honestidad, requisito mínimo para la construcción de una ética expositiva
A riesgo de puerilizar el debate que a nuestro entender es el de mayor exigencia que ha tenido la democracia, al menos desde su reinicio en 1983, nos introduciremos en la discusión. En primera medida porque precisamente este oficio, contrariamente a lo que –inclusive- muchos colegas profesan, no cuenta con indemnidad cívica, ni debe estar ajeno a la cuestión política, aunque no se haya elegido el género de periodismo político como vertiente.
Demasiadas veces lo que denominamos periodismo político obedece más a la cercanía que el profesional tiene con los ocasionales mandantes que al estudio profundo de las implicancias que los poderes del Estado provocan. Buena recomendación para esta interpretación es el último largometraje de Spielberg, The Post
Luego de que el presidente Macri diera luz verde para que se trate en el Congreso la problemática de la despenalización del aborto, se incentivaron las manifestaciones desde distintos sectores. Hay varios proyectos, algunos de significativa antigüedad, otros más novedosos. Lo controversial del tema impide un consenso contundente, aunque se enojen los de uno y otro lado de esta verdadera grieta existencial. En este caso, los intereses en pugna incorporan un elemento que no siempre es omnipresente como en este caso: la organización de la sociedad. El debate es sobre dos máximas tan antagónicas que no admite empate. Somos artífices de nuestro propio destino, como sentenció San Martín, o deberemos someternos al arbitrio y designio de fuerzas naturales superiores. Dios o el azar, según cada cual sienta, crea y piense.
“Se dice que el aborto destruye la posibilidad de un Shakespeare, pero también la de un Macbeth”. Esta fue la respuesta del más elogiado literato de nuestras pampas, ante la requisitoria de Néstor Montenegro en su “Diálogos con José Luis Borges”
Inundan casillas de correos electrónicos, misivas directas, panfletos bajo la puerta, charlas, seminarios. Algunos documentales que de tan movilizadores, como el famoso “The silent scream”, se convierten en contraproducentes. Invitaciones a almuerzos, cenas, encuentros. Manifestaciones populares genuinas. Algunas auspiciadas. Los monosílabos “sí” y “no” abundan. Enfáticos teóricos de la fe se oponen sin remilgos. Sesudos científicos no sólo lo apoyan sino además lo promueven.
En un caso particular, algo que deberemos catalogar como paradojal, el apoyo a la despenalización del aborto voluntario, debido a los argumentos esgrimidos, nos remite a la Alemania nazi. Sí. En la década de 1920, tanto como en Argentina, los germanos legislaron para poder darle cursos a la interrupción del embarazo en los mismos casos que el código penal argentino admite. Luego, en 1943, se sanciona en Alemania la ley que castiga con pena de muerte a quien se provocara un aborto. Sí. A la madre. Pero en otros casos, sería el Estado quien indicara y exigiera realizar de modo obligatorio un aborto. Y no hace falta ser muy imaginativo para saber a quiénes y por qué motivos estarían obligados a impedir que nazcan los chicos. Presumiblemente peligrosos o ineficientes para los “altos propósitos del III Reich”.
Aquí, y en ocasión de este despliegue de opinantes, escuché una disertación de un médico, Juan Pablo Parodi. Resultó imposible no asociar aquella definición tan contradictoria y pendular de los nazis con este encendido discurso en favor del aborto.
Este médico que según el libro Guinnes de los Records es quien más patentes de procedimientos registra en Latinoamérica, exhibe una postura que de tan vehemente genera, además de una formidable confusión, un fundado temor. Supera con creces a los anuncios de los pro-interrupción voluntaria, tanto que está al borde de recomendar el aborto como solución a la pobreza, de modo directo e ineluctable.
La consideración de buscar ambas fuentes, no debe ser sólo una cuestión enunciativa. Así es como acepté la cordial invitación de una entidad del tercer sector, compuesta principalmente por jóvenes entusiastas y formados. En esa reunión y como principal oradora estuvo Amparo Medina, una pedagoga social con un amplísimo currículum y según su propio testimonio, casi un prontuario. Esta pedagoga y dirigente, hoy defensora acérrima de los valores que defienden las organizaciones conservadoras y religiosas, fue en su juventud guerrillera, atea, proabortista. Su discurso, aunque sólido por los datos, maniqueo. Esta observación no pretende juicio sino pura descripción. Sostener que las mujeres que se expresan a favor de la despenalización del aborto son manipuladas en su ingenuidad por sectores que sólo pretenden mezquinos réditos económicos por esta acción, y acudir a imágenes tales como decir que es la industria farmacopea y estética quienes más propician esto, para hacer uso del colágeno que se puede aprovechar de un suceso tan profundo y doloroso, no hace más que alejar a quienes éramos acaso sólo merecedores del vómito de la deidad.
En el otro estante de la biblioteca, los números. Los países de mayor desarrollo humano, ese que mide la longevidad, los niveles educativos y los ingresos, todos, cuentan con legislaciones similares, en el que el aborto voluntario no es punible.
Según la última publicación del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), los países que ocupan los tres primeros lugares son: Australia, Noruega y Suiza. Sobre el primero, que hace pocos días surgió como el país que pudimos ser, y para otros, un ejemplo al que deberíamos aspirar, permite la interrupción del embarazo prácticamente hasta los seis meses de gestación. Distinto que en otros muchos, adonde la máxima admisión y bajo cualquier motivo es la semana 22, ya que desde ahí podría desarrollarle la criatura fuera del vientre materno. No es alentador que la cifra de interrupciones en el país de los canguros es muy significativa: cien mil. Habla esto claramente de que no existe una eficiente política de prevención que evite esa situación que en todos los casos es dramática. Otro asunto y de enorme importancia es que, a pesar de la presión que ejerció la Iglesia Anglicana, los médicos no pueden excusarse en la objeción de conciencia.
Quizá pueda sorprender. Sabemos que la iglesia católica trabaja arduamente para impedir esta despenalización, sin embargo los países de mayor densidad católica, lo tienen legislado. México, Brasil, España. Italia, como era de suponer, agrega una particularidad. Como ahí sí existe la posibilidad de la objeción de conciencia y hay regiones, como lo es Sicilia, con fuerte presencia religiosa, el 98% de los médicos considera una grave falta moral, por lo cual se niegan a practicar esta interrupción y nuevamente vemos como el derecho no alcanza para contemplar las diferencias entre pobres y ricos, y rompen la pretendida armonía las decisiones individuales.
Un dato que necesariamente genera dudas es el de la cantidad de abortos clandestinos. En Argentina, según lo que circula informalmente, la cantidad de abortos asciende a la cifra de quinientos mil por año. Sopesar que no alcanza a 800.000 la cantidad de bebés nacidos vivos, provoca irremediablemente duda cuando no, sospecha.
El tema que en este caso sin dudas, propicia la discusión de mayor envergadura son los aspectos biológicos. Sobre esto ya hay posiciones tanto desde la embriología médica como desde la biología molecular y desde la genética, presentes en los proyectos elevados.
Toda la expectativa, por un lado; y la enjundia, por otro , ante el tratamiento y posible sanción de una ley, en Argentina, y con el dilema que este asunto despierta, debería servirnos para una reflexión serena, pero seria. Responsable. Madura. Y básicamente, desprovista de la hipocresía que hoy nos gobierna como sociedad. Y esto puede sostenerse con la contundencia que nos devuelve el Estado, en toda su dimensión y desde sus tres poderes.
Quinientos mil o mucho menos, luego quizá podremos saberlo. Sí sabemos que al menos 43 mujeres murieron por prácticas de abortos realizados de modo criminal. Hasta hoy el aborto, según la legislación vigente y no observada, tiene una pena para ambos actores. ¿Cuántos médicos o pseudomédicos están procesados? ¿Cuántos obstetras y atorrantes improvisados hay en las cárceles por estos –demasiados casos-?
Así como por mi condición de varón admito que sería desproporcionado e inconducente manifestarme a favor o en contra a través de un medio público en relación a la interrupción voluntaria, segura y gratuita de la gravidez, como ciudadano sí me veo en la obligación de pedirles a los que viven confortablemente del estado que comiencen a ejecutar las ya sancionadas leyes, cuestión de amortiguar la anomia que padecemos y que por lo visto, sólo beneficia a demasiados pocos. Mientras debatimos las próximas, hagan cumplir las leyes vigentes hoy. En honor a todos, a todas y especialmente a la madre que nos parió.