Cuando el agua comenzó a subir, el soldado Ariza, de la IIIra División de Ejército, lo perdió todo. Aun así, pudo salvar a su familia y, prácticamente sin saber cómo navegar, tomó un kayak y, en más o menos 40 viajes, pudo evacuar a cientos de bahienses.
Oriundo de San Juan, hace algunos años Javier Ariza decidió trasladarse, junto a su pareja, a Bahía Blanca. Lo hizo con un objetivo: ingresar a las Fuerzas Armadas.
Fue en el Ejército Argentino donde pudo darle forma a su vocación. Entró a la IIIra División, con la jerarquía de soldado.
Ya con 27 años, y a punto de finalizar el servicio militar voluntario (el que finaliza a los 28 años), el destino quiso que se transformara en el héroe de una jornada trágica en la localidad de Ingeniero White, en Bahía Blanca.
“Ese viernes 7 de marzo estaba en mi casa, desayunando con mis dos hijos, de dos y ocho años. Fue cuando llegó mi suegra con su pareja. Me vinieron a buscar para ir con ellos, que viven en el mismo barrio, aunque en una zona más alta”, cuenta el joven militar. “
.En lo de mi suegra, me dijeron que tomara un kayak, que tienen ellos. Lo hice, aunque en realidad no sabía navegarlo. Por entonces, en mi zona, ya no se veían las calles ni las veredas. El agua estaba entrando en las casas. En la mía, decidí sacar la puerta del baño y la subí arriba de una cuna, para que hiciera de base. Allí puse a mis perros, pues no sabía qué iba a pasar”, recuerda.
En ese ínterin también llegó su pareja y, juntos, subieron la heladera para salvarla del agua: “Ahí fue cuando llegó un vecino pidiendo ayuda para llevar a unos niños al club Huracán, donde comenzaban a autoevacuarse. Recuerdo que el agua comenzó a venir con mucha fuerza. Fue una cosa de locos. En ese trayecto me crucé a varias personas y, entre todos, fuimos ayudando a levantar heladeras y muebles. Ninguno imaginó que, más tarde, el agua subiría tanto”.
En el ámbito narrativo, todo héroe tiene un circuito, un viaje, que comienza cuando debe abandonar su ámbito más cercano, el familiar. Tal cual sucedió con Ariza.
Luego, indefectiblemente, tiene que cruzar un umbral para adentrarse en un mundo incierto.
En Bahía Blanca, Ariza detalla : “Era la segunda vez en mi vida que me subía a un kayak. Rápidamente, en el medio de la lluvia, me enseñaron a frenarlo. Con eso me moví”.
En palabras del soldado del Ejército, en un instante decidió regresar por su familia, pues necesitaba salvarlos a ellos también. “Cuando llegué los niños estaban parados en las sillas. Los subimos a una pared y, finalmente, en el kayak los llevé a una construcción que conocemos como “el castillo”, que está bien arriba en el terreno. También les llevé colchas y una carpa, porque no sabíamos cuánto seguiría subiendo el agua”, dice.
Javier aseguró a su familia y regresó al peligro. En el viaje se cruzó con una mujer con una nena al hombro. “Madre, ¿quiere que la acerque?”, le preguntó. Por supuesto, la señora aceptó. Cuando la dejó, pegó la vuelta y se encontró con un panorama desolador: la gente, con ropa y cosas en las cabezas y hombros, buscaba salvar todo lo que podía. Había abuelos y niños.
No tuvo tiempo de pensar, comer o descansar. Llegaba con su kayak al castillo y regresaba a buscar gente.
“Habré terminado a las dos y media de la madrugada”, comenta el joven militar. Lo cierto es que esa noche apenas pudo cerrar los ojos: “Dormí muy poco. Estábamos en el castillo, con frío. Había unas 170 personas. Recuerdo que quise ir a calentar agua, para tomar un mate, y no podía ir hacia la cocina porque había mucha gente en el piso, madres, niños y abuelos”.
¿Viviste escenas duras?, “Sí, imagínese que para poder llegar a la cocina tenía que evitar pisar brazos y piernas. No había espacio”, responde.
Ese mate fue el breve instante que se tomó el soldado para repasar todo lo que había vivido esa jornada. No se tomó mucho tiempo, puso manos a la obra y armó la carpa para su familia. También, junto a otros hombres, prendió una pequeña fogata para calentar a los más pequeños.
Cuenta Ariza que su rutina se reduce a ir del trabajo a la casa y viceversa. Y que, cuando comenzó a subir el agua, actuó como cualquier otro ciudadano.
¿Qué fue lo que lo motivó a darlo todo para colaborar con la situación?, “En el Ejército se invoca mucho al compañerismo. Y eso también me lo inculcó mi mamá. Siempre supe que hay que estar dispuesto a ayudar a las otras personas”, responde el soldado, quien tras la tragedia se presentó a trabajar sin comentar mucho lo sucedido.
Su historia, como la de los héroes, tiene también su recompensa, esta vez afectiva: su suegra hizo una publicación en las redes sociales, agradeciéndole, y la gente del barrio se sumó y la viralizó.
El relato del soldado Ariza, coronado con sus acciones, legitima las instituciones y a la comunidad. Representa modelos que, en las memorias de todos, se contarán una y otra vez. En el barrio saben que quien los salvó fue un joven militar, así que su historia trasciende lo particular y ya es parte de la Fuerza.
Ahora queda, como dice él, seguir rescatando lo más que pueda de lo poco que le quedó en su casa y, si todavía puede, continuar dando una mano.